El do, 12 de octubre de 2025mingo

 

XXVIII DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)

Muchos estadounidenses reconocen el evangelio de hoy porque se lee en la misa del Día de Acción de Gracias. Muestra el deseo natural del corazón de dar gracias a quienes nos han hecho el bien. También indica la expectativa de Dios de que su pueblo le exprese gratitud. Examinemos, entonces, la gratitud que nos facilita el agradecimiento hacia nuestros bienhechores. Luego veremos en las lecturas algunos ejemplos de esta virtud.

La gratitud es tanto una emoción como una virtud. La sentimos especialmente cuando alguien nos ayuda por buena voluntad y no por obligación. Todos tenemos nuestra propia historia de haber sido asistidos por otra persona que ni siquiera nos conocía. Un hombre contaba que se encontraba en una ciudad lejos de su casa cuando su carro se descompuso la noche anterior al Día de Acción de Gracias. Por casualidad, conoció a un mecánico afroamericano. El mecánico abrió su taller a la mañana siguiente para reparar el carro del extranjero y solo le cobró el costo de las piezas.

Al igual que el amor, la gratitud es también una virtud. Es una manera de vivir formada por nuestra elección de ser agradecidos y por la práctica constante. Se considera el fundamento de la vida moral porque reconoce un mundo de gracia. En un acto de fe intuimos que Dios nos ha regalado la vida y todo lo que tenemos. Cuando decidimos responder a nuestro proveedor con palabras y acciones de agradecimiento, comenzamos a practicar la gratitud. Repitiendo esta respuesta positiva cada vez que se nos hace un bien, desarrollamos la virtud. Así nos convertimos en personas amables, bondadosas y amorosas.

Es posible, sin embargo, rechazar la bondad de los demás. Hay personas que piensan que todo lo que tienen lo han conseguido únicamente por su propio esfuerzo. Según ellos, si alguna vez han recibido algo de otras personas, fue porque éstas estaban obligadas a dárselo. En un episodio de Los Simpson, a Bart le toca dar la bendición antes de la comida. El muchacho dice algo como: “Oh Dios, gracias por nada; nosotros pagamos por todo lo que está en la mesa”. Podemos reírnos, porque nos damos cuenta de lo absurdas que son sus palabras.

El agradecimiento no siempre surge naturalmente. Algunos sufren tanto en la vida que su dolor oscurece la gratitud. ¿Cómo pueden aceptar a Dios como bondadoso los enfermos de Huntington, una enfermedad que ataca el cerebro y deja a la víctima completamente incapacitada en poco tiempo? ¿Y cómo pueden decir “gracias” a Dios los familiares de una niña asesinada en un acto aleatorio de violencia? Particularmente para ellos, la gratitud es una decisión consciente que reconoce la afirmación de San Pablo en la Carta a los Romanos: “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”.

La memoria también alimenta la gratitud. A veces, después de años, recordamos la bondad con que otras personas nos trataron. Nos duele que ya no estén presentes para poder agradecerles.

Con este preámbulo, examinemos las lecturas de la misa de hoy. En la primera, el general sirio reconoce que el Señor Dios lo ha curado de la lepra. También es instructivo que el profeta rehúse la oferta del general: evidentemente, Eliseo quiere dejar claro que Dios no actúa por una recompensa ni por obligación. En la segunda lectura, es el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo lo que mueve a San Pablo a responder con gratitud. A pesar de que sufre “hasta llevar cadenas”, puede dar gracias a Dios por conocer a Timoteo en Cristo. Finalmente, en el evangelio, el leproso samaritano regresa a Jesús para mostrarle su agradecimiento tan pronto como se da cuenta de que ha sido curado. Jesús espera que todos los curados actúen con la misma gratitud. No necesita su agradecimiento, pero éste indicaría que se han transformado en personas virtuosas. Entonces podría decirles, como le dice al samaritano: “Tu fe te ha salvado”.

Aun el mundo reconoce el valor del agradecimiento. Los canadienses celebran el Día de Acción de Gracias mañana, y los estadounidenses el próximo mes. Nosotros, los católicos, damos gracias a Dios cada vez que celebramos la Eucaristía. Que procuremos transformarnos, con la ayuda de la gracia, en personas profundamente agradecidas, capaces de reconocer cada acto de bondad que recibimos.

 

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