El Viernes, 2 de marzo de 2007
(Mateo 5)
Cuando los colonos de Inglaterra estaban por establecer la colonia de Boston, su líder John Winthrop hizo un discurso famoso. Dijo en el barco antes de aterrarse que la colonia sería como “una ciudad en un cerro” que todo el mundo vea. Por esa razón todos tendrían que esforzarse para vivir rectamente. Imploró la cooperación en todo. No se debían encontrar robos ni pleitos porque querían dar a otros pueblos una buena impresión de la nueva colonia y de su Dios.
La inspiración del discurso fue el Sermón del Monte de Jesús. En la parte del mismo Sermón que tenemos en la lectura hoy, Jesús recalca la necesidad de la civilidad entre sus discípulos. Tienen que cuidarse particularmente en los desacuerdos. El enojo sería interrogado. Si resulta en insulto, sería llevado a la corte para un juicio. Si desemboca en maldición, puede ser castigado por el exilio. Su ejemplo llama la atención. Dice el Señor que es mejor reconciliarse con una persona que se ha ofendido que ofrecer sacrificios en el altar.
Nosotros aquí somos discípulos de Jesús. Por eso debemos tratar a todos, y particularmente a uno y otro, con respeto. Hay una historia que muestra esto. Pasó que un monasterio en el medio del bosque tenía problemas. Los monjes no se acordaban bien entre sí. Y no había habido novicios por años. Un día un rabí judío llegó al monasterio. En poco tiempo se dio cuenta del problema y dijo a todos individualmente que el Mesías ha llegado y está escondiéndose entre los monjes. Inmediatamente el ambiente se cambió. Todos los monjes, no seguros exactamente quien era el Mesías, trataron a uno y otro con mayor cuidado. Un poco después los novicios comenzaron a llegar al monasterio. Por años y años todos vivían en paz y armonía.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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