Homilía para la Navidad, el 25 de diciembre de 2007
(Lucas 1: 18-25)
En cualquiera noche clara, mira al cielo. Vas a ver un millón estrellas. Dicen los astrónomos que no vemos las estrellas como existen ahora. No, las vemos como estaban tal vez hace diez o veinte años. Es así porque tarda tanto tiempo para la luz de las estrellas a llegar a nuestros ojos llevando sus imagines.
Según la teoría del “Big Bang” (inglés para gran estallido), el universo empezó hace millones y millones años de una partícula de materia con energía enorme. Desde el estallido de la partícula, las estrellas han estado lanzándose a través del espacio. Hagamos un experimento mental. Imaginémonos viendo atrás en el espacio hacia el momento antes del gran estallido. Allí vemos la partícula de materia con tremendísima energía. Está irradiando toda la luz y calor que va a llenar el universo. Aquí tenemos algo de una manera parecido de lo que ven María, José, y (pronto) las pastores de Belén. Pues, Jesucristo, el Dios-hombre, el que creó los cielos y la tierra, ha nacido. Lo han puesto en un pesebre de lo cual emite sus rayos divinos. Por él recibimos la luz de la sabiduría para iluminar nuestros caminos a la vida eterna. Por él recibimos el calor del amor para cumplir su voluntad.
A través de los últimos años pasados una gran cuestión social ha sido los movimientos migratorios. No sólo de Latina América a los Estados Unidos sino del África a Europa y del Oriente a todas partes, hombres y mujeres están en movimiento para mejorar el nivel económico de sus vidas. Los gobiernos de los países ricos han tratado de controlar el flujo de inmigrantes. Han mantenido en vigencia leyes, a veces con mucha fuerza, para proteger el bienestar de sus propias gentes. A lo mejor todos aquí en la misa tenemos parientes atrapados en este conflicto entre personas y gobiernos. Deberíamos rogar a Jesús -- la fuente de toda sabiduría -- para su ayuda en la búsqueda de la justicia.
Por supuesto, Jesús no nos instruye como bebé sino como adulto. Tenemos en los evangelios su consejo que demos a César lo que le pertenezca. Por eso, todos – aún los inmigrantes -- tienen que obedecer las leyes para llevarse bien en la sociedad. También, Jesús nos dirá que amemos a nuestros prójimos, hasta el más humilde. Ciertamente este amor debería extenderse a los inmigrantes en medio de nosotros.
Durante estos días navideños algunos pueblos cristianos tienen la costumbre de poner velitas en cada ventana de la casa. Las velas son para llamar la atención de Cristo cuando regrese. Son signos del amor de la gente para su Salvador. También, las velas representan a Cristo mismo, la luz del mundo. Reconocen a él como la sabiduría para dirigirnos a través de este mundo de tinieblas. Así, queremos encender una luz en nuestros interiores. Por nuestra atención a Jesús tanto adulto como bebé, queremos mostrar lo que él es para nosotros. Nos da el calor del amor y la luz de la sabiduría. Jesucristo -- nuestro amor y nuestra sabiduría.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario