IV Domingo de Adviento
(Mateo 1:18-24)
Estamos acostumbrados a pensar en la Anunciación como la revelación del ángel Gabriel a María que ella será la madre de Jesús. Se encuentra esta historia en el Evangelio según San Lucas. Sin embargo, hay otras anunciaciones. En el evangelio hoy escuchamos la anunciación según San Mateo. En ella el ángel dice a José en sueños cómo su esposa María está encinta por obra del Espíritu Santo. Dios anuncia también a cada uno de nosotros del mismo Espíritu Santo llevando a cabo en nuestros interiores el nacimiento de la gracia. Como María en el evangelio tenemos que dar a luz esta gracia por nuestras obras.
He visto enteros libros escritos sobre San José. Me parece extraño porque lo que sabemos de él de la Biblia puede ser escrito en unas pocas frases. Pero el evangelio hoy relata algo significante cuando llama José “hombre justo.” Lo considera justo porque actúa según el propósito de la Ley. Él sabe que la Ley es para crear una sociedad digna de Dios. Por esta razón decide a divorciar a María “en secreto.” Sería provechoso para José a pedir una averiguación sobre su embarazo para determinar si ella cometió adulterio o fue violada. Si lo primero fuera el caso, entonces José no tendría que devolver la dote. Pero preocupado posiblemente por la vida de María si está juzgada culpable del adulterio, él prefiere resolver el asunto tan discretamente posible.
Más adelante en el evangelio Jesús reprocha a los escribas y fariseos por explotar la Ley para sus propios intereses. “¡Ay de ustedes!” Jesús les desafía, “Ustedes pagan el diezmo,…pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe.” En contraste a los fariseos y como San José, deberíamos seguir los mandamientos siempre buscando el bien de todos, no siempre de nosotros mismos. Deberíamos imitar a la compradora que consoló a una cajera la cual tenía mucha dificultad. Estuvo regañada por un error y quedó deprimida. Entonces, la próxima persona en la fila le aseguró que todo humano se equivoca y le deseó que el día le mejorara.
Sería erróneo a pensar en José solamente como el protector de María y su hijo. Aunque este papel es importante, cualquier hombre bueno pudiera cumplirlo. No, de aún mayor trascendencia es dar ambos nombre y linaje a Jesús. La gente está esperando al Mesías de la estirpe de David, el poderoso rey de antigüedad. A pesar de que José no es el padre de sangre, por asumir el parentesco de padre de Jesús, él puede conferirle su propio linaje real. José asume este parentesco cuando le pone el nombre desde que sólo el hombre que quiere ser el padre de un bebé pasaría adelante para nombrarlo. Es como nosotros llamando a nosotros mismos como “hijos e hijas de Dios.” No somos hijos e hijas de sangre, pero Dios nos ha hecho así porque hemos comprometido a seguir a Jesús en lo que él dice “realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe.”
José pondrá el nombre Jesús, que quiere decir Yahvé salva, al hijo de María. Este nombre indica la obra que logrará el bebé. Como Moisés salvó al pueblo Israel de la esclavitud en Egipto, Jesús salvará a su pueblo de la esclavitud del pecado. Pero este nombramiento nos hace preguntar ¿porque Isaías lo llama Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros? En primer lugar, Jesús es Emmanuel porque se crea por obra del Espíritu Santo y no de la generación humana. También, es Emmanuel porque va a quitar el velo del pecado que separa Dios de los humanos. Con Jesús, entonces, los hombres y las mujeres van a caminar con Dios como Adán y Eva hacían en el jardín. De hecho, las últimas palabras de Jesús en este evangelio son: “Yo estoy con ustedes todos los días…” Esto es, Dios está con nosotros. Ya tenemos no sólo la voluntad sino también el recurso para practicar lo que Jesús dice pesa: la justicia, la misericordia y la fe.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
Homilía para el domingo, 23 de diciembre de 2007
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