Homilía para el martes, 1 de enero de 2008

La Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

(Lucas 2:16-21)

La Navidad puede cumplir nuestras esperanzas más profundas o puede ser como una borrachera – placentera por un rato pero últimamente desilusionadora. Toda depende de cómo respondamos a la ocasión. Dios nos da oportunidad de oro en el don de Su hijo. ¿Qué vamos a hacer de ella? Encontramos a tres grupos en el evangelio hoy, cada uno respondiendo de manera diferente al don de Dios.

Los pastores escuchan la palabra de los ángeles, averiguan el asunto, y reconocen a su Señor. Ellos aprecian el don de Dios como la mayoría acá en la misa esta mañana. Nosotros sabemos que el Salvador ha llegado y tenemos que despreocuparnos un poco para servirlo. Y lo haremos por un tempito. Entonces nos caemos en la tentación a maldecir el viejo que maneja su carro muy lentamente y la joven madre que va rápidamente de trabajo a casa.

El segundo grupo que encontramos en la lectura es aquellas personas que los pastores cuentan de lo que han oído y visto. Ellos quedan maravillados pero esto significa poco. En el evangelio muchos son maravillados por los milagros de Jesús pero no lo siguen. Su fe no tiene raíz como la mayoría celebrando el Año Nuevo. Reconocen el don del tiempo que Dios nos otorga por las fiestas en que participan. Pero se olvidan del propósito del tiempo – eso es, a conocer, amar, y servir a Dios.

El tercer grupo comprende sólo una persona, la Virgen María. Ella, la lectura dice, guarda todos los eventos en su corazón. Es la perfecta cristiana que no sólo escucha la palabra sino la medita para ponerla en práctica. Nos da un modelo para vivir nuestras vidas. La imita el joven soltero que enseña el catecismo aunque sus colegas son mujeres casadas con familias. También la mujer que trabaja, escucha los problemas de sus vecinas con simpatía, cocina y limpia la casa por la familia, y todavía halla tiempo para preparar las moniciones para la misa pone en práctica la palabra de Dios.

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