Homilía para el 20 de enero de 2008

Homilía para el Segundo Domingo de Tiempo Ordinario

(Isaías 49:3; 5-6)

Algunas luces solamente llaman atención a sí mismas. Por ejemplo, la estrella de Hollywood Britney Spears ha ganado nueva fama por varios caprichos escandalosos. Sin embargo, una luz puede hacernos posible ver a otros -- los que están en necesidad y, detrás de ellos, a Dios. Hace diez años murió un hombre que procuraba ser tal luz.

Se llamaba Albert Rosen. Cada Navidad por casi treinta años este humanitario de origen judío reemplazó a un cristiano en su trabajo para que pudiera pasar la fiesta con su familia. En su carrera como sirviente de los demás el Señor Rosen actuó varios trabajos. Una Navidad funcionó como un botones; otra, como un operador telefónico; otra, como un tabernero; etcétera. No es que sólo apareciera el 25 de diciembre para cumplir las tareas del trabajador sino que se entrenaría para cumplir las tareas tan bien posible. Y no lo hizo por la plata. Una vez regaló a la caridad los $35 que había recibido como propinas. Cuando otros judíos le acusaron a Rosen de congraciarse con los cristianos, él respondió: "Lo hago esto porque soy judío. El Judaísmo existe para ser la luz de las naciones."

Albert Rosen tenía en cuenta la lectura del profeta Isaías que leímos hoy cuando llamó al Judaísmo la luz de las naciones. Esa luz nunca ha resplandecido más brillante que cuando Jesús caminaba por la tierra. El brillo de Jesús fue a la misma vez suave, luminoso, y fuerte. Fue bastante suave para mostrar el amor de Dios a todos. Fue bastante luminoso para enseñar la justicia a sus seguidores. Y fue bastante fuerte para exterminar la mancha del pecado. Ahora nos queda a nosotros, como recibidores de la luz de Jesucristo, el menester a reflejarla a otras personas.

Emmanuel es un joven que hace exactamente eso. Trabaja de pleno tiempo como voluntario en un asilo a la frontera entre México y los Estados Unidos. Sus esfuerzos ayudan a los pobres inmigrantes realizar la dignidad humana. Este año Emmanuel espera a ingresar en la vida religiosa para disponerse completamente al servicio del Señor.

¿Qué? ¿No somos tan jóvenes que pensáramos en una vocación religiosa? ¿Cómo podemos nosotros reflejar a Cristo al mundo? La respuesta exige un cambio más de acción que de actitud. Un sabio una vez dijo que es más fácil actuarse a sí mismo en un nuevo modo de pensar que pensarse en un nuevo modo de actuar. De hoy en adelante tenemos que rezar con la familia en casa. De hoy en adelante tenemos que practicar una obra de caridad cada semana fuera de casa. En estas maneras reflejamos a Jesucristo al mundo tan seguramente como la luna refleja la luz del sol. En estas maneras reflejamos a Cristo al mundo.

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