Homilía para el Tercer Domingo Ordinario
(I Corintios 1:10-13; 17)
En junio comenzará el año paulino. Pues, serán 2000 años desde el supuesto nacimiento de San Pablo, apóstol. El papa Benedicto ha pedido eventos litúrgicos, sociales, académicos, y ecuménicos para marcar el bi-milenio. ¿Qué diría el gran misionero de todas las festividades planeadas si estuviera aquí con nosotros? A lo mejor trataría los honores como si fueran no más que saludos en la mañana. Una vez escribió a los filipenses: “Pero al tener a Cristo consideré todas mis ventajas como cosas negativas.” La cosa que San Pablo querría de nosotros actualmente sería la misma que pide de los corintios en la segunda lectura: “Los exhorto…a que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes…”
Evidentemente son muchas las rivalidades en la comunidad cristiana de Corinto. Dicen algunos, “Yo soy de Pablo”; otros, “Yo de Apolo”; otros, “Yo soy de Pedro”; y todavía otros, “Yo soy de Cristo.” Hoy el Cristianismo tiene contenciones semejantes. Se puede pegar nombres de comunidades religiosas a cada grupo que Pablo distingue en la lectura. Los protestantes proclamando la primicia de la palabra de Dios se asemejan a los que dicen, “Soy de Pablo.” Menosprecian los sacramentos que han existido desde el principio de la Iglesia al favor del poder de la palabra para formar el espíritu cristiano. Apolo es un predicador culto y elocuente que ha visitado a los corintios. Los que dirían, “Soy de Apolo,” actualmente son aquellos cristianos culturales que ven su religión sólo como la primicia de la vida buena pero en muchos modos caducada. Vienen a la iglesia y hacen caso al evangelio sólo cuando les conviene. Nosotros católicos somos como los que aclamarían, “Soy de Pedro.” Aceptamos al papa como el sucesor de Pedro, el vicario de Cristo, pero hemos sido renuentes a apoyar a los laicos en sus apostolados. Finalmente, aquellos que se jactarían, “Soy de Cristo,” son los evangélicos que se llaman a sí mismos “cristianos” como si nosotros católicos y otros protestantes no lo fuéramos. Su visión del cristianismo es demasiado estrecha.
La comunidad en Corinto está fracturada pero no está dividida. Por eso, Pablo puede pedir a las varias fracciones a unirse por el bien de todos. Sin embargo, en el mundo hoy las divisiones entre cristianos están profundas y, a veces, amargas. ¿Qué deberíamos hacer para mejorar la situación? En primer lugar, es preciso que reconozcamos las divisiones como reales. No debemos recibir la comunión en las iglesias protestantes donde la comunión todavía existe. Ni debemos pasar por alto las diferencias con frases simplicistas como, “Todas las comunidades cristianas son iguales.” Al contrario, cada comunidad tiene que recalcar las marcas distintivas y necesarias para ella. Por nosotros católicos, estas marcas incluirán la primicia del papa como vicario de Cristo.
Entonces, cada comunidad tiene que dialogar con los demás para apreciar mejor sus características sobresalientes. Nosotros católicos querremos hablar con los bautistas acerca de fomentar una relación personal más cercana con Jesús. Asimismo, dialogaremos con los pentecostales sobre su percepción de la acción del Espíritu Santo en sus vidas. Y hablaremos con los protestantes tradicionales sobre su manera de involucrar a los laicos en el ministerio sacerdotal de Cristo.
Finalmente, deberíamos orar a Dios que nos abra los oídos para escuchar Su voluntad y los ojos para ver lo bueno en otras comunidades de fe. Nuestros esfuerzos para la reunificación del cristianismo no pueden avanzar ni diez centímetros sin la intervención del Espíritu Santo. San Pablo sería el primero para llamar al Espíritu para apoyar estos esfuerzos.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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