Homilía para el domingo, 9 de agosto de 2009

Homilía para el XIX Domingo Ordinario, 9 de agosto de 2009

(I Reyes 19:4-8, Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)

La próxima vez que veas una película de la ciencia ficción, fíjate cómo se presentan las creaturas de otros planetas. A veces aparecen con todos los atributos de seres humanos excepto uno, como orejas puntadas. A veces, como el famoso E.T., aparecen distorsionados como ninguno conocido en este mundo. El evangelista Juan asume el reto de presentar a Jesús como persona humana y como un ser de los cielos.

Juan nos escribe a nosotros como gente de fe. Presume que entendemos los símbolos con que Jesús habla en sus discursos. Está acertado. Sabemos, al menos un poquito, lo que Jesús quiere decir cuando se describe a sí mismo como, “… el pan vivo que he bajado del cielo.” Ciertamente los judíos, que no han puesto la fe en Jesús, quedan confusos con este tipo de hablar. Tienen que preguntarse, “¿No es éste, Jesús, el hijo de José?” Sí, es hijo de María adoptado por José, pero también tiene otra identidad. Porque creemos en él, podemos añadir, “es hijo de Dios Padre que ha venido para dar vida al mundo.”

Pero, ¿no es que tengamos la vida? Así los judíos seguirán preguntándose a sí mismos. Una vez más diremos nosotros que sí tenemos la vida, pero no todos en el sentido que Jesús significa aquí. Tenemos la vida biológica, pero Jesús está refiriéndose a otra vida más realizada que la vida mundana. Se remite a la vida eterna que comienza aquí en la tierra pero no se limita al tiempo cronológico. Más bien, la vida eterna transciende el tiempo para colocar a uno en el rango divino como hijo o hija adoptiva de Dios. Es la certeza que uno es amado y nadie jamás puede quitarle de este amor.

Curiosamente, son los prisioneros que asisten a misa que tienen mejor sentido de la vida eterna que la mayoría que andan en las calles. Estos hombres y mujeres conocen los hondos a los cuales el ser humano es capaz de caerse. Sin embargo, han experimentado también el rescate que no merecieron. Ya viven de nuevo, ciertos de que nadie ni nada puede detenerles de recibir la plenitud de la libertad. Forman filas para la Santa Comunión como si estuvieran recibiendo cartas del gobernador asegurando sus esperanzas.

Puede ser que todavía nos parece como ciencia ficción que Jesús vino del cielo. Tal vez debemos enfocarnos menos en los orígenes de Jesús y más en el destino de nosotros. Como Jesús es el hijo de Dios, nosotros también nos hemos hecho en hijos e hijas de Dios, no de naturaleza como él sino por adopción. Como Jesús vino de Dios para rescatarnos de pecado, estamos destinados a vivir con Dios para siempre. Estamos destinados a vivir con Dios.

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