Homilía para el domingo, 15 de noviembre de 2009

EL XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-14.18; Marcos 13:24-32)

Hace poco un periodista hizo esta observación. Hoy día algunos jóvenes andan buscando encuentros sexuales por mensajes de texto. Con su teléfono celular en mano ellos se comunican con varias personas al mismo tiempo buscando la mejor oferta para una noche. El periodista admite que no todos jóvenes se aprovechan de los mensajes de texto así. No obstante, según él, los tiempos contemporáneos facilitan el comportamiento no responsable. Una vez, dice, había costumbres sociales dirigiendo a los jóvenes en las relaciones con el sexo opuesto. Enumera el conocimiento dentro de contextos institucionales – la escuela, el lugar de trabajo, la iglesia – y el noviazgo con sus reglas de comportamiento como necesarios para guiar a los muchachos de la gratificación inmediata de deseos al compromiso del largo plazo. Seguramente la falta de refrenamiento en relaciones ha causado el naufragio de familias y la ruina de niños.

El análisis del periodista resalta la admonición de Jesús en el evangelio hoy que seamos atentos a las señales del tiempo. Como estaremos informados de la venida del Hijo del Hombre con cataclismos en los cielos, deberíamos examinar los acontecimientos cotidianos para su significado a la vida nuestra. Por ejemplo, celebramos la Navidad por el mes de diciembre hasta el 26 del mes con una gran muestra de consumismo. La última semana del mes ya es dada a las vacaciones y el regreso de los regalos a las tiendas. Hay muy poca atención al mensaje de los profetas durante el Adviento para la necesidad de un Mesías. Tampoco hay suficiente aprecio para la presencia del Salvador entre nosotros con su mensaje del amor de Dios.

Por supuesto el anuncio de Jesús en el evangelio hoy tiene que ver con el recoger de sus elegidos en el fin del tiempo. Aunque no sabemos cuando pasará, somos sabios si lo tomamos en serio. No debemos pensar que pertenezcamos entre los elegidos porque somos católicos o somos bautizados. Como dijo San Agustín, “Muchos que Dios tiene, la Iglesia no tiene. Y muchos que tiene la Iglesia, Dios no tiene”. Ni deberíamos pensar que los elegidos incluyan a todos en el mundo porque Dios es misericordioso. La relación entre la misericordia y la justicia de Dios es un misterio que podemos contemplar pero no podemos profundizar. Jesús anuncia la venida del Hijo de Hombre para advertirnos que pongamos las pilas de servicio al evangelio. De esta manera no sólo nosotros sino muchos más seremos contados entre los elegidos.

Una señal de nuestros tiempos es el reemplazamiento del nacimiento con el árbol como el signo de la Navidad. El árbol navideño era un símbolo para la vida eterna que Cristo nos ganó. Pero ahora sirve más como el lugar preferido para poner los regalos de consumismo. En contraste, las figuras de Jesús, María, José, los pastores, los animales y los ángeles nos recuerdan que la simple presencia de Jesús trae el gozo. Nos sugiere la necesidad de la familia para proteger a los niños y el propósito de la vida como la alabanza de Dios. Por supuesto, podemos tener un nacimiento en la casa sin darle pensamiento. Sin embargo, a lo mejor no vamos a tirarlo el 26 de diciembre. No, estará allí el año próximo para recordarnos de nuevo del amor de Dios.