El domingo, 15 de abril de 2012

EL SEGUNDO DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)

Para algunos era asunto privado. Sin embargo, para otros tocaba el bien público en el mero corazón. Por eso, cuando el juez Ken Starr buscaba evidencia en contra el presidente Bill Clinton, tuvo que hallar algo más convincente que el testimonio de testigos. Por encontrar el DNA de Clinton en la ropa de la mujer con quien estaba enredado, nadie podría negar que el presidente actuara mal. En el evangelio vemos otro caso de buscar evidencia más decisiva que testimonio.

En tiempos bíblicos ni si imaginaba DNA, el código genético que es único para cada persona. Sin embargo, cuando escucha a sus asociados hablando de la aparición de Jesús resucitado, Tomás quiere más prueba que las palabras de algunos aterrizados por miedo. Pone un doble criterio para aceptar la historia como verdad: 1) ver las heridas en las manos de Jesús y 2) tocar la cicatriz en su costado. El relato sigue con la aparición de Jesús a Tomás. Según la narrativa Jesús le ofrece sus manos y su costado, pero Tomás no viene a probarlos. Pues, sería una negación de la creencia que Jesús afirma cuando dice, “Tú crees porque me has visto…”

La palabra “creer” viene de la palabra latín “credo”. Esto, en torno, es una amalgama de dos palabras cor que significa “corazón”, y do o, en español, “doy”. Por eso, se puede decir que cuando la persona cree en otra persona, le entrega su corazón. Por lo tanto, originalmente la palabra significaba más confianza que asentimiento intelectual. Esto es evidente a través de los cuatro evangelios. Casi siempre Jesús no les pide a sus escuchadores la convicción que Dios existe sino la confianza que está actuando en su favor. Cuando pregunta a Marta delante del sepulcro de Lázaro si ella cree en él, no quiere probar su catequesis. Más bien, prueba la fe para que ella vea un hecho maravilloso.

Vemos la fe vivida en la primera lectura hoy. Siempre al segundo domingo de la Pascua esta selección nos da un retrato de la vida comunitaria de los discípulos después de la resurrección. La gente que cree en Cristo resucitado entrega sus propios recursos para que todos tengan pan en la mesa y techo para cobijarse. Podríamos decir que la confianza en el Señor se está extendiendo a la imitación de sus modos. No sólo comparten los bienes personales sino también entregan sus propios caracteres para que todos tengan “un solo corazón y una sola alma”. Es la vida sin arrogancia ni engaño ni descortesía. Es la que se espera en un monasterio o la que se ve en los nuevos marineros al día una vez que cumplan el “boot camp”.

¿Puede ver este tipo de comportamiento en nosotros creedores de la resurrección de Jesús? No importa tanto lo que hagamos en compañía de nuestros amigos. Más al caso es cómo actuamos cuando no nos reconocemos – cuando estamos manejando en la carretera o cuando estamos en vacaciones. Una mujer ha administrado la dispensa parroquial de comida para los pobres por años. Era parroquia de su familia cuando se criaba pero la comunidad se ha cambiado y ahora viene de lejos para hacer el servicio. Aún se puede contar con ella para repartir diarios allá sin juicios ni críticas.

Pauper sum ego – así comienza una cántico en latín, “Yo soy un pobre”. Nihil habeo – siguen las palabras, “no tengo nada”. Cor meum dabo, concluye, “Doy mi corazón”. Como muestra de creencia en su resurrección Jesús nos pide algo semejante. Quiere que le entreguemos nuestros corazones por vivir sin arrogancia, ni engaño ni descortesía. Quiere que le entreguemos nuestros corazones.

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