El domingo, 22 de abril de 2012

EL TERCER DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

La Pascua celebra la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.  Tal vez nos fijemos más en la segunda porque la muerte surge como una montaña en el horizonte que cada uno de nosotros tiene que cruzar.  Sin embargo, es el pecado que afrontamos diariamente que nos desgasta más.  Este es el tema que concierne el autor de la segunda lectura hoy.

Llamamos el texto “la Primera Carta de San Juan”.  Pero ello no muestra las características asociadas con la mayoría de las otras cartas en el Nuevo Testamento.  No hay ningún saludo en el principio ni una conclusión con recuerdos e instrucciones.  Por eso, se cree que fue escrito para explicar el Evangelio según San Juan a la comunidad a la cual fue originalmente dirigido.  A lo mejor dos facciones se han levantado.  Un grupo tiene la idea que no importa lo que haga el cristiano mientras cree en Jesús.  Piensa que la persona pueda acceder a la vida eterna simplemente por ser contado entre la membrecía de los salvados.  Entretanto el autor del documento – a veces llamado el “presbítero Juan” – escribe al otro grupo subrayando la necesidad de practicar el amor de Jesús.

En el pasaje Juan menciona la posibilidad del pecado.  Diríamos, “la probabilidad del pecado” con todas las seducciones que nos afligen en el mundo actual.  Desde la avaricia de tener la mitad de las cosas que vende Target hasta la pornografía instantánea del Internet estamos apremiados con tentaciones a traicionar a Cristo.  Pero el presbítero nos asegura que se puede contar con Jesús para remediar cualquiera falta que hayamos hecho.  Pues, él está con Dios Padre como nuestro abogado pidiéndole la misericordia.

Pero no sólo pide por nosotros sino también por los demás.  El autor nos recuerda que Jesús murió por todo ser humano.   A veces olvidamos que personas de diferentes razas, lenguas, clases sociales, y orientaciones sexuales conocen a Cristo tanto como nosotros.  De veras, por su experiencia a través de los siglos, la Iglesia no mira ni siquiera a los ateos como necesariamente privados de la gracia del Espíritu Santo.  La cuestión siempre es si o no la persona sigue su conciencia con corazón sincero.

El presbítero indica una prueba para determinar si o no tenemos conciencia pura.  Dice que conocemos a Dios si cumplimos sus mandamientos.  De hecho, resalta la enseñanza por reformularla en el modo negativo: “Quien dice: ‘Yo lo conozco’, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso…”  ¿De cuáles mandamientos está refiriéndose?  ¿Los Diez Mandamientos o los dos mandamientos de Jesús en los evangelios de Mateo, Marcos, y Lucas?  Para el Evangelio según San Juan se guardan todos estos mandamientos cuando se cumple el único mandamiento: “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Este amor va más allá que la buena voluntad y se muestra en hechos.  Es el servicio que Jesús rinde a sus discípulos cuando lava sus pies.  Vemos este amor en las catequistas que preparen sus clases con cuidado y las entreguen con entusiasmo.  También atestiguan este amor los que rezan por los bebés abortados y sus mamás enfrente de las clínicas de Planned Parenthood.

Posiblemente nos preguntemos que sucederá con el amor para Dios si nos preocupamos tanto por otras personas humanas.  Parece que el presbítero tiene en cuenta nuestra inquietud cuando dice: “…el amor de Dios ha llegado en su plenitud” a la persona que cumple los mandamientos.  Eso es,  en su parecer cuando la persona ama a los demás es el amor para Dios que le mueve. 

Hay muchos cuentos del gran rabí Hilel que vivió un poco antes de Cristo.  En una historia se le acerca un hombre pidiendo que le enseñe toda la Ley mientras él se levanta sobre un pie.  El rabí lo hace diciendo: “Lo que es despreciable a ti, no lo hagas al otro.  Eso es todo la Ley; lo que queda es sólo comentario”.  Es un modo de poner en lo negativo lo que Jesús nos enseña en el evangelio.  De hecho, se puede resumir los mandamientos de Jesús con igual brevedad como el mandamiento del rabí Hilel. “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Que nosotros atestigüemos este amor diariamente.  Que atestigüemos este amor.

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