El domingo, 8 de abril de 2012

EL DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Era duro para el viudo. Por más que cincuenta años estaba casado con su esposa. Entonces una tarde ella tuvo un infarto y dentro de horas murió. Por un tiempo el hombre fue a su fosa casi todos los días para estar cerca a su amada. Así encontramos las mujeres en el evangelio.

María Magdalena, María (la madre de Santiago), y Salomé traen perfumes al sepulcro de Jesús. Quieren ungirlo según la costumbre judía. Era su maestro, su amigo, y su compañero antes de que fuera injustamente ejecutado. Ya piensan que sólo les queda esta muestra de respeto. También nosotros buscamos a Jesús. Porque él murió para rescatarnos del pecado, creemos que merece nuestra atención.

Sin embargo, nos paramos en la tarea. Como las mujeres se dan cuenta de la piedra grande cubriendo la tumba, los obstáculos a la adoración asoman en nuestra mente. Tenemos varias responsabilidades – preparar la comida, cuidar a los niños, contestar correo en la computadora. Además, estamos cansados y ya televisan el torneo “Masters”. Otra cosa es que comenzamos a dudar la necesidad del rescate. Sí, somos pecadores – nos decimos a nosotros - pero del tipo ligero que sólo necesita buen consejo de vez en cuando y no la entrega de vida. Decidimos que si vamos al templo, no quedaremos por un tiempo largo.

Una vez dentro del sepulcro las mujeres no ven el cuerpo de Jesús. Es que lo buscan donde no está. Es nuestro predicamento también. Algunos de nosotros lo esperan en la escrupulosidad como si fuera un juez severo que cuenta cada pensamiento que corre en la miente como pecado. Otros lo buscan en lo opuesto, la vida placentera, como si fuera un epicúreo que disfruta viajes en barcos de crucero y carros de lujo. Otros lo buscan en el éxito humano como si pudiera ser encontrado a donde haya grandes números de gente y cantidades de dinero. A todas estas búsquedas el joven nos dice a nosotros tanto como a las mujeres: “…no está aquí; ha resucitado”.

“…ha resucitado”. Entendemos las palabras, pero ¿realmente qué significan? Indican un misterio sobre que nosotros también debemos reflexionar. Jesús ha vuelto a vivir, pero no como Lázaro que ha de morir de nuevo. No, vive ya para siempre libre de enfermedad, tentación, y muerte. En algún modo es como el carbono que se transforma bajo la presión y temperatura masiva en diamante. La verdad ya se nos hace clara. Si vamos a realizar esta transformación, tendremos que entregarnos totalmente como Jesús. Aunque somos “buena gente” que trabajan duro para ganar plata por la familia, no mereceremos la resurrección de la muerte. Tendremos que soportar el dolor y aun la muerte si es necesario para alcanzar la vida eterna.

Por lo tanto, la resurrección de Jesús no nos quita la responsabilidad sino nos la incumbe. Como el joven envía a las mujeres a anunciar la resurrección a los discípulos, nosotros somos enviados a nuestras familias y comunidades. No es suficiente que les hablemos palabras piadosas -- “Dios te ama” y “Que Dios te bendiga”. Para comprobarnos sinceros, tenemos que mostrarles la coherencia entre nuestro compromiso a Jesús y su compasión para todos. Tenemos que actuar como los cursillistas visitando una prisión cuarenta millas de la ciudad cada ocho días sin faltar apenas una vez en varios años.

Sí, nos cuesta ser comprometidos. Sería imposible si no tuviéramos el apoyo. Pero el joven dice a las mujeres que Jesús va delante de los discípulos a Galilea. También va a acompañar a nosotros en nuestro servicio. No sólo nos ayuda sino también nos hace felices. Él es como nuestro mejor amigo con quien podemos contar para darnos una mano cuando nos encontramos en necesidad, una palmadita en la espalda cuando sentimos decepcionados, y tal vez una patada en el trasero cuando nos ponemos soberbios.

“…ha resucitado”. Se puede decirlo de un enfermo que se levanta de su cama de dolor o de un joven que se despierta de la decepción. Que se lo diga de nosotros por comprometernos a ser mejores amigos a todos. Pero sobre todo se lo dice de Jesús que brilla hoy como un diamante entre la gente. Por haber soportado la muerte para rescatarnos del pecado, Jesús brilla como un diamante.

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