V DOMINGO
ORDINARIO
(Isaías
6:1-3.3-8; I Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11)
Todos conocen
el mandato. Pues comprende tal vez el
orden más atrevido en la historia de la marina.
Pero no pregunten quién lo hizo o por qué. Según la enciclopedia, en el 5 de agosto de 1864 el contraalmirante David
Farraguat mandó a su flota que estaba para huir de la bahía de Mobile armada
con torpedos: “Maldigan los torpedos; adelante con toda velocidad”. En el evangelio hoy escuchamos a Jesús dando
otro famoso orden en el mar.
Jesús
manda a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echa sus redes…” Imagínense: ¡el
hijo del carpintero quiere enseñarle al pescador cómo conseguir la pesca! Jesús nos tiene una llamada casi tan audaz. Nos pide también a nosotros a ir “mar
adentro”. Eso es, que dejemos por un
rato los placeres menores de la vida – la tele, los postres, los largos sueños –
para tomar un viaje con él. El día de la
partida es este miércoles, y la duración del viaje será cuarenta días.
“¿Para
qué?” pensamos. ¿No es que encontremos a
Jesús cada domingo en la misa? Además trabajamos
duros y esos “placeres menores” sólo nos hacen la vida aguantable. Nos preguntamos: “¿Es necesario que profundicemos
nuestra experiencia con Jesús”? Sentimos
como Simón en la lectura cuando dice al Señor: “Hemos trabajado toda la
noche…” Está cansado de haber tirado las
redes por un torno completo con ningún resultado.
No
obstante, Simón echa las redes al mar como fiel servidor. “¿Por qué no?” --
probablemente piensa – “Jesús sabe de las cosas celestiales; tal vez sepa
también de los sitios más provechosos para pescar”. Por esta misma razón tomaremos cenizas este
miércoles. Nos cuesta poco, y ¿quién
sabe si nos ayudará mucho? Pero el Señor nos exige más que llevar el
polvo en la frente por un día. Quiere
que abstengamos, recemos, y ayudemos a los pobres por seis semanas. Sobre todo desea que creamos el evangelio –
particularmente los pasajes que se encuentran en las misas diarias de la
Cuaresma.
Estos
esfuerzos deberían llevarnos a un resultado palpable. Esperamos emerger al Domingo de Pascua más
confiados en Dios, más solidarios con todos, y más felices del corazón que jamás
hemos sentido. Será como la respuesta de
una mujer al regresar de la marcha por la vida en Washington el mes
pasado. Cuando se le preguntó cómo fue,
respondió: “Sentí fría, cansada, y – como siempre -- renovada”. En la lectura siguiendo
las instrucciones de Jesús, Simón toma una pesca tan grande que queda sobrecogido
con emoción.
No dice
Simón: “¡Qué gran pescador soy yo!” De
ningún modo. Él tiene que admitir la
verdad: “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador”. Eso es, que él está en la presencia del Dios
vivo ante quien él es como nada. Nosotros
tenemos que reconocer la misma cosa: somos pecadores miserables cuyos trabajos
no valen nada que dure. Sí, nos cuesta admitirlo
pero es cierto que en comparación con Dios aun el hombre más cumplido – sea Barak
Obama o sea Ángela Mérkel, la canciller de Alemania – es menos que un grano de
arena. Sin embargo, Dios se ha compadecido
a los humanos. Por la vida, muerte, y
resurrección de Jesucristo nos ha elevado al estado de sus propios hijos. Así nuestros actos de caridad no van a
disipar como viento sino durarán para la vida eterna. En el evangelio Jesús le expresa a Simón esta
nueva condición por darle nuevo oficio con la mayor responsabilidad. Le dice: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
Cuaresma:
lo significante aquí es la cuarentena.
En la Biblia el número cuatro seguido por los ceros siempre indica la
condición del humano en camino a la sanación.
Noé pasó cuarenta días en la barca esperando el fin de las lluvias. Moisés y los israelitas pasaron cuarenta años
en el desierto aprendiendo como ser el pueblo fiel de Dios. Aun Jesús ayunó cuarenta días preparándose
para su gran misión. Ya es tiempo para
nosotros a pasar cuarenta días renovándonos como los hijos e hijas de
Dios. Ya es tiempo para renovarnos como
los hijos e hijas de Dios.
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