El domingo, 17 de febrero de 2013


EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

(Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)


Es increíble el cambio.  Hace tres meses eran jóvenes rozando con malicias.  Ya actúan como caballeros burgueses.  “Sí, señor, me gusta ser marine” -- responderían a la pregunta si están contento. “Señora, permítame sostener la puerta por usted” -- dirían a todas las mujeres presentes.  Ya habiendo terminado el entrenamiento básico en Camp Pendleton, los marines se van para probarse como militares.  Son en un sentido como encontramos a Jesús en el evangelio.

Después de cuarenta días de ayuno, Jesús está para comenzar su misión.  Sin embargo, tiene que cumplir la prueba.  Su mente enfoca en el pan cuando escucha la voz del diablo diciendo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”.  Si lo hace, Jesús no sólo podría alimentarse a sí mismo sino también podría captar a todos los pobres por proveerles comida.  Sin embargo, rechaza la tentación porque su aceptación significaría la pérdida de la libertad en dos maneras.  Primero, él debería al diablo por la inspiración para hacer el trueque. Y segundo, la gente no lo seguiría porque enciende sus corazones con el anhelo de Dios sino porque llena sus estómagos con el gusto de pan.   Es como nosotros cuando ponemos como la prioridad más alta la satisfacción de los apetitos.  Sea con el sexo, el vino, o los juegos de azar, la búsqueda de placeres nos encadena de modo que seamos menos libres, menos humanos.

Los bienes materiales no son las únicas vallas que tenemos que saltar en la vida.  Más retadores aún son los deseos del alma.  Queremos ser más reconocidos, apreciados, y admirados que los otros.  Por esta razón algunos perjudicarían su salud física, no decir nada de su bien espiritual, para llamar la atención de los demás. Recientemente se le quitaron las siete medallas de oro para el Tour de Francia que ganó el ciclista Lance Armstrong porque usaba drogas en las carreras.  Parece que el Sr. Armstrong quería ser número uno a todos costos.  No le importaba que estuviera arriesgando la confianza de millones en el valor del esfuerzo y la determinación, la integridad de los deportes, y su propia salud.  En el evangelio se le enfrenta a Jesús la tentación no sólo de tener la fama de ser soberano del mundo sino también de tomar un atajo en el cumplimiento de su misión a establecer el reino de Dios.  Sin embargo, Jesús ve la seducción como es: una promesa vacía. Si él (o nosotros) estuviera a arrodillarse delante del diablo, no tendría poder sobre el mundo sino sería para siempre el títere de Satanás.

La última tentación muestra la astucia del diablo.  No sólo juega con los apetitos sensuales y los deseos espirituales sino también trata de distorsionar la naturaleza de la fe.  Desafía a Jesús que actúe imprudentemente creyendo que su Padre Dios lo salvaría.  Más precisamente, pide a Jesús que se arroje del precipicio del templo para probar si los ángeles lo atraparán antes de que se estrelle.  Pero la fe es nuestra sumisión a Dios no el intento de tenerlo doblado a nuestra voluntad.  Hemos visto la distorsión de la fe en los abusos de niños por algunos sacerdotes católicos.  Disimulados como hombres de Dios, los sacerdotes explotaban a los inocentes.  (Esperamos que por todos los medios de que la Iglesia ha tomado en los últimos once años nunca ocurra el abuso de nuevo.)  Se puede ver la distorsión también cuando la gente utilice los sacramentos solamente como ritos para marcar el paso de tiempo: el Bautismo para el nacimiento, la Santa Comunión para la niñez, etcétera.  Como Jesús cuenta al diablo: “No tentarás al Señor, tu Dios”, tenemos que tomar en serio los sacramentos como fuentes de la gracia para vivir cercanos al Señor.

Nos gustan las historias de los pioneros.  Sea Daniel Boone en el oriente o sea el Padre Junípero Serra en el occidente, nos llaman la atención.  Saltaron las vallas de la vida cuando, a la misma vez, nos abrieron los caminos para una tierra aún más dichosa.  Se puede ver a Jesús también como pionero.  Como nosotros él tuvo que luchar para no poner el pan como la prioridad número uno.  Por nosotros ganó la gracia para que rechacemos las tentaciones y lo sigamos a la vida eterna.  Que lo sigamos a la vida eterna.  

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