EL
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis
15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)
Pasa
siempre en el segundo domingo de la Cuaresma. La primera lectura de la misa cuenta de la
historia de Abrahán, y el evangelio da una versión de la Transfiguración de
Jesús. Es como si la Iglesia quisiera regalarnos
una enseñanza sobre la fe. Pues, a
menudo se llama a Abrahán “el Padre de la fe”, y la Transfiguración no sólo
fortalece la fe de los discípulos sino nos sirve como vislumbre del destino de
todos que creen.
¿Quién es
Abraham? Su nombre significa “padre de
muchas naciones” y así es. Se le
acredita como el padre de los judíos, los cristianos, y los musulmanes. También, Abrahán es el “arameo errante” el
cual se mencionó en la primera lectura el domingo pasado. Pues, nació en la ciudad de Ur, en lo que ya
es Irak. Entonces, su padre mudó a la familia a Jarán que queda en lo que
ahora es Turquía. Allí recibió la llamada de Dios a ir a la
tierra de Canaán, actualmente Israel.
Finalmente, paseaba como nómade con ganado por Egipto y por las tierras
de Sodoma y Gomorra.
Sobre
todo, Abrahán es hombre de fe. De hecho,
se puede decir que es el ejemplar de la fe en el Antiguo Testamento. Abrahán creó la voz de Dios que le prometió
una descendencia inmensa a pesar de que a setenta y cinco años de edad no tenía
a ningún hijo. Siguió creyendo cuando Dios
le dijo que sus descendientes ocuparían la tierra de Canaán aunque no poseía
ningún lote dentro de sus confines. Ni
dudó aun cuando Dios le pidió a matar al único hijo que por fin tuvo con su esposa
querida.
Aunque Abrahán
vivía hace casi cuatro mil años, nuestra historia corresponde a la suya. Como Abrahán, nosotros llevamos un nombre
lleno de significado. Somos “cristianos”. Esto quiere decir no sólo que seguimos a Jesucristo
sino también que como “Cristo” significa “ungido”, participamos en sus oficios. Como profeta, hablamos la verdad aun cuando el
mundo prefiere no escucharla. Como
sacerdote, rezamos por nuestros enemigos como una manera para amarlos. Y como rey, cuidamos a los pobres aunque
tengamos poco.
También como
Abrahán nos encontramos a nosotros en camino a otra tierra – el Reino de Dios
– como nuestro verdadero hogar. Por eso,
muchos modos del mundo actual nos parecen extraños, aun brutos. Para nosotros el sexo no es para entretener a
dos adultos sino para fortalecer la unión entre un hombre y una mujer. Similarmente, a nosotros el domingo no es un
día libre para hacer lo que queramos sino es tiempo aparte para alabar al Señor
y compartir con familia y amistades. Como
los refugiados de otras tierras en un nuevo país, nosotros cristianos vemos todo
que tenemos como un regalo de Dios a lo cual siempre estaremos en deuda.
Finalmente
somos como Abrahán en que estamos movidos por la fe. Creemos en Dios Padre, que nos ama aun cuando
actuamos como hijos necios. Creemos en
Dios Hijo, el Señor Jesucristo, que nos ganó la vida eterna como nuestro
destino. Y creemos en Dios Espíritu
Santo que nos enseña, fortalece, y consuela en el camino. Creemos aun cuando el día se convierte oscuro
y parece que estamos perdidos. Una mujer
gravemente enferma con el cáncer del hígado escribe: “Tengo momentos lagrimosos
a veces pero sé que Dios está sosteniéndome en Sus brazos. Mi fe en Él es más profunda cada día que pase”.
¿Qué es
la fe? ¿Con que podemos compararla? La
fe es como un regalo; Dios nos la ofrece para que compartamos Su vida. La fe es como un compromiso; por ella nos
sometemos a la voluntad de Dios. La fe
es como un vínculo; nos relaciona con Dios.
La fe es como un teléfono; con ella nos comunicamos con Dios. La fe es como un salvavidas; nos sostiene
cuando las aguas del abismo nos pretenden a hundir. Y la fe es como un camino; nos conduce al
Reino de Dios.
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