(Hechos
2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13 o Romanos 8:8-17; Juan 20:19-23 o Juan
14:15-16.23-26)
Era que
uno de dos matrimonios terminó en divorcio. Ahora quizás la proporción sea menos. Pero la razón de la disminución no es las
virtudes crecientes sino que menos parejas que antes ya se casan. Para evitar el divorcio algunos novios hacen alianzas de matrimonio. Este fenómeno obliga a los dos a buscar
consejo antes de que se comprometan en el matrimonio. También prohíbe el divorcio, al menos por motivos
tan ligeros como la incompatibilidad.
Este tipo de alianza, que asemeja el matrimonio sacramental, tiene
referencia en la fiesta de Pentecostés que celebramos hoy.
Como la
Pascua, la Pentecostés encuentra raíces judías.
En el tiempo de Jesús los judíos peregrinaban a Jerusalén cincuenta días
después de la Pascua para celebrar su alianza con Dios en el desierto Sinaí. Allí en el desierto Dios les había entregado
los diez mandamientos y más que seis ciento otros mandatos. En cambio de Su protección, los hebreos habían
de mantenerse fieles a todas esas leyes.
Podemos comparar el “sí” del pueblo Israel en Sinaí a la alianza al “sí”
de los matrimonios hoy día en sus bodas.
“¿Vas a ser fiel a ella en tiempos buenos y tiempos malos?” “Sí”.
¿Vas a respetarlo y honrarlo todos los días de tu vida?” “Sí”.
Pero en
muchos casos estas palabras son, como se dice, puras palabras. El
matrimonio, en lugar de ser una alianza en la cual una mujer y un hombre se
esfuerzan a superar las diferencias entre sí, se ha hecho en arreglamiento para
satisfacer los antojos personales. Los
anticonceptivos han aportado esta caída de la gracia. Anteriormente, conscientes de la intimidad
sexual como el motor de nueva vida, el hombre y la mujer sacrificaban sus
deseos egoístas para crear un ambiente del amor abnegado donde su prole podía
florecer. Pero tomando pastillas u
ocupando preservativos, las parejas abandonan el progreso al amor abnegado. En
lugar de pensar en la prole, cada uno piensa en la satisfacción individual que
va a sacar de la relación. De hecho, se
dan cuenta de que no tienen que hacer compromiso para satisfacerse como es el
caso de las relaciones libres. Similarmente,
en la trayectoria de la alianza de Sinaí los hebreos se entregaron a la misma
decadencia. Los profetas atestiguan como
el pueblo de Dios abandonó la alianza para seguir sus deseos para placer,
poder, y plata. Según ellos la traición
no sólo fue un pecado enorme sino también la ruina como nación.
Pero
Dios no querría que su pueblo quedara en miseria. Envió a su propio Hijo al mundo para
levantarlo del polvo. Por su muerte y
resurrección Jesucristo abrió los ojos del mundo para ver que el amor perfecto
se comprende de la abnegación. Entonces impartió
a su propio Espíritu – el Espíritu Santo --para transformar los corazones de
aquellos que hayan reconocido su sacrificio del amor. Esto es la nueva alianza que Dios hace con
los hombres y mujeres. No es
principalmente un acuerdo de cumplir responsabilidades como la alianza antigua sino
una fuerza espiritual para vivir preocupados por el otro. En primer lugar el Espíritu les impulsa a los
discípulos a dispersar a todo el mundo la buena nueva de Jesús resucitado de la
muerte. Entonces, el mismo Espíritu los
retira a la comunidad para supervisar la vida en caridad.
En
cuanto al matrimonio el amor de Jesús para su pueblo ha hecho el modelo para la
relación entre las parejas. Este amor
siempre les reta a cada uno a basurear los deseos egoístas y buscar la
felicidad en la unidad. Es producto de
la gracia del Espíritu Santo. Movido por
él, un hombre cuidaba a su esposa después de que ella se paralizó con la
artritis reumatoide. El sexo era fuera
de la posibilidad. Ni podía salir con él
al cine. Cada día él regresó a la casa
en la hora del lonche para darle comida.
Dijo: “Sabes que la amo más ahora que en el día de nuestra boda”.
¿Cómo es
el Espíritu Santo? No se puede verlo,
pero el pasaje de los Hechos de los Apóstoles describe su presencia con
diferentes imágenes. El Espíritu es como viento dispersando las
semillas del amor abnegado a gentes en todas partes. El Espíritu es como fuego purificando los
corazones más egoístas para anhelar el florecimiento de otros. Finalmente, el Espíritu es como la lengua de
cada conciencia diciéndole que “sí, voy a ser fiel”. Es como la lengua que dice que “sí”.
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