El Domingo, 19 de mayo de 2013

DOMINGO DE PENTECOSTÉS, 19 de mayo de 2013

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13 o Romanos 8:8-17; Juan 20:19-23 o Juan 14:15-16.23-26)


Era que uno de dos matrimonios terminó en divorcio.  Ahora quizás la proporción sea menos.  Pero la razón de la disminución no es las virtudes crecientes sino que menos parejas que antes ya se casan.  Para evitar el divorcio algunos novios hacen alianzas de matrimonio.  Este fenómeno obliga a los dos a buscar consejo antes de que se comprometan en el matrimonio.  También prohíbe el divorcio, al menos por motivos tan ligeros como la incompatibilidad.  Este tipo de alianza, que asemeja el matrimonio sacramental, tiene referencia en la fiesta de Pentecostés que celebramos hoy.

Como la Pascua, la Pentecostés encuentra raíces judías.  En el tiempo de Jesús los judíos peregrinaban a Jerusalén cincuenta días después de la Pascua para celebrar su alianza con Dios en el desierto Sinaí.   Allí en el desierto Dios les había entregado los diez mandamientos y más que seis ciento otros mandatos.  En cambio de Su protección, los hebreos habían de mantenerse fieles a todas esas leyes.  Podemos comparar el “sí” del pueblo Israel en Sinaí a la alianza al “sí” de los matrimonios hoy día en sus bodas.  “¿Vas a ser fiel a ella en tiempos buenos y tiempos malos?”  “Sí”.  ¿Vas a respetarlo y honrarlo todos los días de tu vida?” “Sí”.

Pero en muchos casos estas palabras son, como se dice, puras palabras.  El matrimonio, en lugar de ser una alianza en la cual una mujer y un hombre se esfuerzan a superar las diferencias entre sí, se ha hecho en arreglamiento para satisfacer los antojos personales.  Los anticonceptivos han aportado esta caída de la gracia.  Anteriormente, conscientes de la intimidad sexual como el motor de nueva vida, el hombre y la mujer sacrificaban sus deseos egoístas para crear un ambiente del amor abnegado donde su prole podía florecer.  Pero tomando pastillas u ocupando preservativos, las parejas abandonan el progreso al amor abnegado. En lugar de pensar en la prole, cada uno piensa en la satisfacción individual que va a sacar de la relación.  De hecho, se dan cuenta de que no tienen que hacer compromiso para satisfacerse como es el caso de las relaciones libres.  Similarmente, en la trayectoria de la alianza de Sinaí los hebreos se entregaron a la misma decadencia.  Los profetas atestiguan como el pueblo de Dios abandonó la alianza para seguir sus deseos para placer, poder, y plata.  Según ellos la traición no sólo fue un pecado enorme sino también la ruina como nación.

Pero Dios no querría que su pueblo quedara en miseria.  Envió a su propio Hijo al mundo para levantarlo del polvo.  Por su muerte y resurrección Jesucristo abrió los ojos del mundo para ver que el amor perfecto se comprende de la abnegación.  Entonces impartió a su propio Espíritu – el Espíritu Santo --para transformar los corazones de aquellos que hayan reconocido su sacrificio del amor.  Esto es la nueva alianza que Dios hace con los hombres y mujeres.  No es principalmente un acuerdo de cumplir responsabilidades como la alianza antigua sino una fuerza espiritual para vivir preocupados por el otro.  En primer lugar el Espíritu les impulsa a los discípulos a dispersar a todo el mundo la buena nueva de Jesús resucitado de la muerte.  Entonces, el mismo Espíritu los retira a la comunidad para supervisar la vida en caridad.

En cuanto al matrimonio el amor de Jesús para su pueblo ha hecho el modelo para la relación entre las parejas.  Este amor siempre les reta a cada uno a basurear los deseos egoístas y buscar la felicidad en la unidad.  Es producto de la gracia del Espíritu Santo.  Movido por él, un hombre cuidaba a su esposa después de que ella se paralizó con la artritis reumatoide.  El sexo era fuera de la posibilidad.  Ni podía salir con él al cine.  Cada día él regresó a la casa en la hora del lonche para darle comida.  Dijo: “Sabes que la amo más ahora que en el día de nuestra boda”. 

¿Cómo es el Espíritu Santo?  No se puede verlo, pero el pasaje de los Hechos de los Apóstoles describe su presencia con diferentes imágenes.   El Espíritu es como viento dispersando las semillas del amor abnegado a gentes en todas partes.  El Espíritu es como fuego purificando los corazones más egoístas para anhelar el florecimiento de otros.  Finalmente, el Espíritu es como la lengua de cada conciencia diciéndole que “sí, voy a ser fiel”.  Es como la lengua que dice que “sí”.

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