El domingo, 2 de junio de 2013

LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

(Génesis 14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)



Se pregunta: “¿Cuándo tenemos que llegar a la misa dominical para cumplir la obligación?  ¿Es al mero principio de la misa; o, posiblemente, antes del evangelio; o tal vez sea para la consagración?”  Bueno; no deberíamos faltar ninguna parte de la misa porque nuestro anfitrión es el Señor Jesús.  Pero tampoco queremos preocuparnos si llegamos tardecito.  El Señor conoce el corazón de cada uno. Él sabe si nuestra intención para ir a misa es profundizar nuestra relación con él o es para aparecer piadosos a los demás.  De todos modos el evangelio hoy nos muestra la razón más apremiante de llegar a tiempo.

Jesús está hablando a la muchedumbre del reino de Dios.  Parece como el predicador en la misa comentando sobre las escrituras que cuentan del amor del Padre a Su pueblo.  Dice que Dios ha llegado a la tierra para nivelar la cancha de modo que los pobres tanto como los ricos pongan un poco de carne en la mesa familiar.  Si estuviera con nosotros el día hoy tal vez nos hablaría de la necesidad de una ley migratoria nueva. Diría que se necesita reconocer el aporte de los trabajadores cultivando las cosechas y cuidando a los bebitos de la sociedad norteamericana. 

Hay gran interés en la cuestión ahora.  Los políticos ven la oportunidad de alinear las generaciones futuras con sus partidos.  Pues los hijos de los inmigrantes formarán un bloque enorme de votantes en diez o veinte años.  Los apóstoles parecen tan pragmáticos cuando vienen a Jesús pensando en la necesidad de suspender la predicación para que la gente vaya a comprar víveres.

Sin embargo, Jesús tiene otro modo de pensar.  Sabe que la gente necesita aun más el pan que viene de Dios que la comida que se compre en las tiendas.  Este pan divino los apóstoles tienen dentro de su alcance.  Es igual como ya tienen los legisladores la oportunidad de producir una ley que llega más allá que satisfacer a sus partidarios.  Puede ser a la vez indulgente con los indocumentados e instructiva del buen orden.

Se espera que la ley nueva ponga en relieve la unidad de la familia.  Los hijos requieren la presencia de los dos padres en casa y los esposos deberían estar juntos.  También es precisa la integridad del país.  Si el gobierno quiere servir el bien del pueblo, no debe permitir a extranjeros permear sus fronteras libremente.  Vemos algo parecido en el evangelio.  Jesús dirige a los discípulos que sienten a la muchedumbre no de cualquiera manera sino en grupos de cincuenta – más o menos el tamaño de una familia extendida. 

Entonces Jesús da gracias a Dios Padre por el pan a mano y lo pasa a los discípulos para la repartición.  La actuación anticipa la cena la noche antes de su muerte cuando instituirá la Eucaristía.  En realidad Jesús está atrayendo a todos a sí mismo en una comunión de caridad.  Su propósito no es sólo dar de comer a la gente sino abrir sus mentes y ensanchar sus corazones para que cuiden a uno y otro.  Así es la esperanza de una nueva ley migratoria.  Por ella queremos hacernos un pueblo más unido, caminando hombro a hombro en dignidad, y con todos nuestros niños llevando múltiples oportunidades de desarrollar sus talentos.

La nueva ley beneficiará a gentes a través del mundo.  Demostrará dos valores transcendentes.  Primero, América queda como tierra de oportunidad precisamente porque la gente aquí acata las leyes.  Segundo, la justicia verdadera requiere leyes que tengan en cuenta las necesidades de los pobres.  La recolección de doce canastos de sobras en el evangelio enseña algo parecido.  Es pan para el camino a ser repartido con los enfermos y con gentes de otras partes que anhelen al reino de Dios.

Se conoce la celebración de Corpus Christi por la procesión fuera del templo.  En tiempos pasados la gente seguía al sacerdote llevando el Santísimo por las calles.  En todas partes los valores trasmitidos eran iguales.  Somos unidos con Cristo en el camino a la tierra nueva.  Y a la vez Cristo nos envía a los pobres para compartir su caridad.  Sí, Cristo nos envía para compartir su caridad.

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