EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)
Hace
poco una fundación sociológica publicó un reporte sobre los latinos en los
Estados Unidos. Dijo que los latinos
están saliendo de la Iglesia católica con más frecuencia que antes. Ya sólo
cincuenta y cinco por ciento de los latinos son católicos. Muchos de los ex católicos ya acuden a
iglesias protestantes, pero un número creciente, particularmente entre los
jóvenes, no van a ninguna iglesia. Como otros
americanos, están contentos a visitar el parque en la mañana de domingo. Nos dan a nosotros la inquietud que seamos
caducados por aferrar a nuestra religión. Podemos encontrar en la segunda lectura hoy de
la Primera Carta de Pedro algunas razones para mantener la fe.
No
sabemos exactamente ni cuándo ni por qué se escribió la carta. Desde que habla de los presbíteros, parece
que fue escrita en los finales del primer siglo cuando el presbiterio estaba consolidándose. Los contenidos además indican que los destinarios
– los cristianos no judíos en lo que reconocemos ahora como Turquía -- sentían
amenazados. A lo mejor el problema era
uno del rechazo de parte de los vecinos paganos y no de la persecución del
estado. Pues, en ese tiempo no hay
récord de persecuciones extendidas contra los cristianos. Sin embargo, los cristianos recientemente
convertidos del paganismo sentirían alienados del pueblo pagano porque no más
participarían en sus libertinajes. Además,
es probable que los paganos tuvieran sospechas acerca de los seguidores de
Cristo cuyo cuerpo y sangre, se decía, que consumían. Viviendo con esta angustia los cristianos del
primer siglo estaban en apuro de una manera semejante de nuestro hoy.
Primero,
la carta de Pedro asegura a los cristianos que Jesús conoce su inquietud. De hecho, experimentó el rechazo completo de
parte de su propio pueblo. Citando un
salmo, la carta explica que Jesús fue “la
piedra que rechazaron los constructores” cuando lo crucificaron en
Calvario. Pero su muerte en la cruz no constituyó
su fin. Más bien, resucitó de la muerte
para formar “la piedra angular” sobre
la cual sus seguidores se forman en la Iglesia como “piedras vivas”.
Como un gran templo extendiéndose al cielo, entonces, deberíamos seguir
en la Iglesia para dar la gloria apropiada a Dios.
Además, nuestra
asociación con Jesucristo encontrado en la Iglesia purifica nuestras acciones
de modo que se hagan ofrecimientos dignos de Dios. Dice la lectura que los cristianos se han
hecho “un sacerdocio santo” dando “sacrificios espirituales”. Esto significa que una vez bautizados en
Cristo, compartimos en su sacerdocio con el resultado que nuestras oraciones y
obras de caridad complazcan a Dios. Es
la gracia de Cristo, mantenida por la participación en la Eucaristía, que libra
nuestras acciones del egoísmo y las llena con el amor. Se ve esta purificación de motivos en el
trabajo de algunas compañeras limpiando casas.
Unidas con Cristo, nunca tomará ni un cuarto del local y siempre dejan
todo en orden, aun los rincones más difíciles a alcanzar.
Como una
tercera razón para seguir adelante la lectura nos asegura que como cristianos no
vamos a tropezar, al menos definitivamente. Mientras los demás andan por las
tinieblas, los cristianos tienen la luz de Cristo. Ella nos dirige más allá de las tentaciones a
ver la pornografía en el Internet. Nos permite
reconocer la maldad en buscando las faltas de los demás. Y si caemos en el camino, el mismo Jesús nos
pone en pie con el sacramento de la Reconciliación.
La mujer
es orgullosa de su anillo con dos diamantes chiquillos. Dice que tenía una sola piedra que se le
perdió. Entonces su marido le compró
otro diamante para reemplazar lo perdido.
Después de un tiempo ella encontró lo primero y lo tuvo colocado en la
argolla. Ya la mujer brilla con
gratitud. Añade que prefiere el diamante
pequeño porque le parece humilde como ella misma. De una manera es como todos nosotros en la
Iglesia católica. Pues, somos sólo piedras
vivas dando la gloria a Dios por nuestras obras de caridad. Somos como piedras dando la gloria a Dios.
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