EL TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Proverbios
31:10-13.19-20.30-31; I Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)
Es tiempo
para preparar nuestras listas de Navidad. ¿Qué vamos a regalar a mamá? Y a nuestra hermana, ¿qué le gustaría? Y para la persona más significante en nuestra
vida, ¿qué le señalaría nuestro afecto? Desde
que estamos pensando en regalos, quisiéramos considerar los dones de Dios para
nosotros. ¿Cuáles de sus dones pondríamos
encima de esta lista?
Ciertamente
agradecemos a Dios por la vida. Sin ella
no podríamos experimentar nada. Otro don
de Dios en un sentido más grande aún es el Señor Jesús. Aunque vivió en la tierra hace dos mil años, nos
guía hoy como un camino a través del bosque. Todavía otro beneficio superior de parte de Dios
es la libertad.
Por decir
“la libertad” no estamos pensando en primer lugar de no tener a guardias vigilándonos. Sería difícil vivir en todo momento bajo de
la autoridad de otro, pero la libertad que tenemos en cuenta es más profunda
que quitarnos de vigilantes. La libertad
tampoco es tener muchas selecciones. ¿Quién
diría que somos libres porque hay más que cincuenta tipos de cereales entre los
cuales podemos escoger en el supermercado?
Si la libertad fuera sólo tener muchas selecciones, podríamos pensar en
mil cualidades más valiosas.
No, por la libertad significamos la capacidad de
ser las personas que queremos ser. Es tener
el poder de desarrollar las virtudes para que no seamos cautivos de nuestras pasiones. El hombre que ha dejado de beber por
practicar la templanza es libre. También
es la mujer que ha formado la fortitud para decir a su marido que él debe tomar
un papel activo en la crianza de los niños.
Por la libertad no estamos determinados a ser enojados porque nuestros
vecinos son descuidados. Más bien la
libertad nos permite a levantarnos sobre los vicios para tratar a todos como
Dios manda.
Sí, es
cierto que nuestras situaciones en la vida pueden limitar la libertad. Los jóvenes de familias cariñosas van a ser
más libres para tener vidas de bondad que aquellos de familias mezquinas con el
amor. Pero al fin de cuentas por la
libertad nadie es completamente víctima de sus origines. Al contrario, todos somos sujetos de nuestro
propio destino.
Deberíamos
considerar los talentos en el evangelio como porciones de la libertad. Como el hombre de viaje da a cada siervo
dinero, Dios nos proporciona a nosotros la libertad básica. Dos siervos se aprovechan del regalo para
doblar el tesoro de su patrón. Son como nosotros
cuando dejamos la tele una noche cada quince para participar en el grupo
visitando la prisión. Pero el tercero
por miedo va a la segura de modo que sólo devuelva al hombre lo que él le
dio. No por miedo sino por pereza,
algunos de nosotros no utilizamos la libertad para aumentar la gloria de
Dios. Desgastamos nuestros talentos en
la búsqueda de vanidades, sea revisando las páginas de “amigos” en Facebook o
leyendo novelas románticas.
“La
libertad no es libre” les gusta decir a los políticos promoviendo grandes
presupuestos militares. Tienen razón
pero no necesariamente en el modo que piensen.
La libertad no es libre porque cuesta desarrollar la virtud para
aprovechársela. Pues la libertad no es tanto
la liberación de fuerzas opuestas como la dominación de las fuerzas dentro de
nosotros. Por la libertad dominamos las
fuerzas que nos desvían del camino de Dios.
Por la libertad llegamos a Dios.
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