LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE
LETRÁN
(Ezequiel
47:1-2.8-9.12; I Corintios 3:9-11.16-17; Juan 2:13-22)
Se pone
el nombre de Inocencio III alto en las listas de los mejores papas. Era obispo de Roma en el principio del siglo
XIII. Tuvo más influencia entre los
líderes de Europa que cualquier papa antes o después. No empleó ejércitos para imponer su
voluntad. Más bien ganó el respeto de los
reyes por su autoridad moral. Se ve el
papa Francisco en esta misma luz. Ahora
en esta celebración de la Basílica de Letrán, la catedral del obispo de Roma,
vale la pena reflexionar sobre la autoridad del papa Francisco.
Muchos
no católicos sienten disgusto con el papado por la afirmación de la
infalibilidad. Dicen que la
infalibilidad desafía la unidad de la iglesia por poner toda la autoridad en
sola una persona: el obispo de Roma. Sin
embargo, desde la declaración de la infalibilidad hace casi ciento cincuenta
años, ningún papa ha usado la infalibilidad para imponer su voluntad. Todos han sido conscientes de su papel
principal como la fuente de la unidad cristiana. Por ejemplo, se ha dicho que al papa San Juan
Pablo II le habría gustado proclamar a María la corredentora de la
humanidad. Pero no lo hizo probablemente
porque no quería perturbar ni a los protestantes por hacer otra afirmación de
María ni a los ortodoxos por declarar un dogma sin un concilio.
A lo
mejor el papa Francisco siente la misma responsabilidad en la cuestión de dar
Comunión a algunos divorciados que volvieron a casarse. Francisco ha indicado su favor para esta propuesta. Como hombre de compasión querría socorrer a
los desafortunados que hicieron un error en su primer matrimonio pero han
vivido con paz en un segundo por décadas. Sin embargo, en el sínodo de obispos
que tuvo lugar en Roma el mes pasado algunos participantes se declararon
fuertemente contra la idea. Dijeron que
sería una traición de la enseñanza de Jesús. Pero no sería la única declaración contra la
letra del evangelio. Pues, Jesús prohíbe
el juramento y el nombramiento de otra
persona como “padre”, pero los cristianos hacen las dos cosas regularmente.
Lo que impide
a Francisco de permitir la Comunión a algunos divorciados y casados de nuevo es
la necesidad de mantener la unidad eclesial.
Algunos obispos sienten que tal permiso no sólo contradiría a Jesús sino
que causaría la confusión entre los fieles.
Sin mucha duda, hay miríadas de personas, tal vez millones, que no se han
casado de nuevo después de un divorcio por razones de la fe. De todos modos el papa Francisco no quiere forzar
las buenas relaciones entre estos obispos y sí mismo a quebrarse.
Francisco
es hombre de fe y sabiduría. Él sabe que
es el Espíritu Santo que dirige la Iglesia.
Si el Espíritu quiere cambiar la práctica de la Iglesia hacia los
divorciados, él va a hacerlo en una manera u otra. Entretanto, el papa tiene maneras que pueden
apoyar a aquellos en segundos matrimonios.
En muchos casos viven en países donde no es fácil para los pobres
adquirir una anulación de sus matrimonios aunque haya buenas razones. El papa puede poner en vigencia nuevas
políticas que facilitan el proceso.
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