EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Job
7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Mark 1:29-39)
Alexander
Solzhenitsin fue el autor ruso más cumplido del siglo veinte. Escribió varias novelas épicas sobre los campamentos
soviéticos de concentración. Pero su librito
titulado Un día en la vida de Ivan
Denisovich llamó la atención tanto como las obras grandes. Describe la vida de un prisionero luchando contra
condiciones pésimas para mantener su dignidad. Por ejemplo, en un capítulo, se
quita de su gorra antes de comer y comparte su comida con otro prisionero. La historia deja al lector con el sentido de la grandeza del espíritu humano. Se puede tener un sentido semejante por
reflexionar en el primer capítulo del Evangelio según San Marcos que hemos
estado leyendo por los últimos tres domingos.
Como en
el caso de la novelita de Solzhenitsin, Marcos describe un día en la vida de
Jesús. Se comenzó en la lectura de hace
quince días cuando Jesús llamó a los discípulos Pedro, Andrés, Santiago, y
Juan. Continuó el domingo pasado con el
relato de Jesús echando el espíritu inmundo del hombre en la sinagoga de Cafarnaúm.
Ahora se completan las veinticuatro
horas primero con Jesús curando a la suegra de Pedro, entonces con su atención a
todo el pueblo, y finalmente con su retiro para orar. Podemos revisar estos eventos del día dichoso
para aprender cómo seguir a Jesús en nuestras rutinas diarias.
No
parece que Jesús jamás se canse de hacer obras de bondad. La suegra de Pedro está enferma; bien, le va
a curar. La gente se le acerca con
problemas diversos; no le hace, va a hacer todo posible para resolverlos. Es verdaderamente “el hombre por los
demás.” La mayoría de nosotros no somos
ni médicos con el conocimiento de sanar ni siquiera sobadores con el don del
toque. Sin embargo, podemos imitar a
Jesús por pensar más en el bien de los otros y menos en nuestro propio. En noviembre el Vaticano anunció que iba a
proveer regaderas para los desamparados de Roma. Ya se ha anunciado que va a coordinarles
también cortes de pelo. Al menos el Papa
Francisco sigue pensando en modos para hacer la vida de pobres más sostenible.
Sin
embargo, Jesús no se pierde a sí mismo ayudando a los otros. Sabiendo que Dios es la fuente de vida, se levanta
de la mera madrugada para unirse con Él.
Es un momento de paz y de intimidad antes de un día lleno de movimiento.
Deberíamos seguir a Jesús en esto también.
Si no somos madrugadores, qué escojamos otra hora para la oración privada
con Dios. No podremos hacer nada que
vale la vida eterna si no nos enraicemos en la gracia del Espíritu Santo. Una vez la Madre Teresa de Calcuta preguntó
a un fraile franciscano si querría ser más productivo. Por supuesto, lo quería. “Entonces”, dijo la Beata Teresa, “tienes que
hacer una hora santa todos los días”. El
fraile se opuso la idea con el pretexto que era un hombre bien ocupado. Le dijo la Madre que no querría entonces ser
más productivo. Finalmente el fraile se
rindió y comenzó a rezar una hora en silencio todos los días. Como resultado se hizo uno de los más
cumplidos religiosos de este país en tiempos recientes.
No querremos
demorar en nuestros logros. Somos sabios
a recordar que servimos a Dios que nos llama a llevar su amor más allá que la
familia y las amistades. En el evangelio
Jesús rehúsa a volver a Cafarnaúm donde
lo celebrarían como un héroe. Siempre mantiene
en cuenta su misión de inaugurar la gracia del Reino en un mundo inundado por el
pecado.
Para
muchos, febrero es el mes más corto pero también más duro. El frío demora sobre sus días. Usualmente las penitencias de la Cuaresma
comienzan durante sus confines. Es el tiempo
cuando los trabajos y las tareas son de toda capacidad de modo que consuman
nuestras fuerzas. Qué no permitamos que
este febrero nos venza. Más bien que
hagamos el tiempo más sostenible para todos con obras de bondad. Es lo que Jesús nos ha enseñado. Qué hagamos obras de bondad.
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