El domingo, 15 de febrero de 2015



SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)

Era la edad de la segregación.  Particularmente en el sur de los Estados Unidos los negros sufrieron la opresión racial.  Los adultos no podían sentarse al lado de los blancos en los buses, mucho menos sus hijos al lado de los niños blancos en las escuelas.  En este ambiente John Howard Griffin, un periodista de Mansfield, Texas, decidió experimentar la suerte de un negro.  Tiñó su piel moreno e hizo un giro por la antigua Confederaría.  Esperaba prejuicio pero le sorprendió el extenso de la hostilidad contra los negros.  Griffin escribió un libro, Negro como yo, que ayudó a los negros ganar los derechos civiles.  Se puede decir que Griffin era un privilegiado que se hizo marginado para que los marginados pudieran hacerse privilegiados. Es semejante al intercambio atestiguado en el evangelio hoy.

Se le acerca a Jesús un leproso.  Estamos acostumbrados a leer de tales historias en el evangelio, pero pudiéramos preguntarnos: ¿Cómo nos sentiríamos si estuviéramos en la compañía de Jesús ese día?  A lo mejor habríamos retrocedido como haríamos hoy enfrentando a un enfermo del virus del Ébola. Pues, la condición le aborrecía a la gente tanto como la primera lectura relata.  Ni les permitían a los leprosos entrar en los pueblos. 

Pero Jesús se adelanta con la amenaza, no retrocede.  Tocando al leproso con la mano, le sana la enfermedad.  De nuevo no nos parece insólito escuchar de Jesús curando a un enfermo. Pero deberíamos darnos cuenta de que por haber palpado al leproso Jesús se ha expuesto a sí mismo a la enfermedad maldita.  Por supuesto, Jesús ni ha oído de guantes de plástico para protegerle del contagio.

Sin embargo, no es porque se haya contaminado con la lepra que Jesús no podrá entrar las ciudades.  Porque el sanado ha proclamado el poder de Jesús, ya todo el mundo lo busca.  Como si fuera un criminal, Jesús ahora está restringido a lugares solitarios.  El caso ha cambiado completamente: el privilegiado Jesús se ha hecho marginado mientras el antiguo leproso marginado puede andar como un hombre libre.

Realmente el desplazamiento no es nuevo para Jesús.  En la historia de la salvación él vino del amor eterno de Dios Padre para experimentar el afecto veleidoso humano.  Va a estar aún más postergado cuando cuelga en la cruz (¡por seis horas según este relato de Marcos!).  Se sentirá, al menos por un momento, que Dios mismo lo ha abandonado.  ¿Qué querremos decirle?  ¿“Gracias” o, tal vez, “Te amo”?  Estas palabras fallan a cumplir nuestra intención.  Sin embargo, hay otra manera de expresar nuestro aprecio para Jesús. Podemos mostrar nuestro afecto a Jesús con el ayuno cuaresmal ya cerca.

Solemos pensar en el ayuno como la compensación a Dios por nuestros pecados.  Pero ¿cómo podría ser que no comer pan dulce mientras estamos festejando en capirotada neutralice el efecto de nuestras traiciones?  No, es mejor que pensemos en el ayuno como una muestra de solidaridad con Jesús que se marginó en el mundo nuestro para que tengamos un lugar en su morada divina.  Por eso, no queremos hacer un ayuno fingido durante la Cuaresma sino algo que nos cuesta.  ¿De qué consistirá nuestro ayuno esta cuaresma? Si apetecemos el postre, podríamos dejar de tomar todos tipos de dulces.  Si nos gusta la cerveza, podríamos dejar de beber todos géneros de alcohol. ¿Por qué no?


Una vez un hombre cuya esposa estaba sufriendo la quimioterapia rasuró su cabeza.  Fue un testimonio de gran solidaridad porque como ella él tuvo que soportar las miradas asustadas de la gente. Es como Jesús hizo por nosotros cuando dejó la morada de Dios Padre.  Se puso al lado nuestro en los buses para que conozcamos el amor de Dios.  Se puso al lado nuestro para que conozcamos su amor. 

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