EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis
22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)
El niño tenía
más o menos ocho años. Sus ojos eran
claros y su espíritu robusto. Se le acercó
a su padre en el salón de la parroquia en una función patrocinada por los
Caballeros de Colón. Entonces el
muchacho comenzó a contarle todo lo que le pasó durante el día. Fue un discurso por varios minutos, pero el
hombre le escuchó con toda atención. Sus
respuestas al niño le alentaron a seguir hablando. El amor entre los dos era palpable como aquello
que encontramos en la primera lectura.
Abrahán esperaba
a su hijo Isaac por toda su vida larga.
Finalmente, su esposa Sara lo concibió como la respuesta de su oración. Ya parece que Dios quiere quitárselo. Ha mandado a Abrahán que lleve a Isaac a la
montaña para sacrificarlo. Abrahán hace
el viaje por obediencia. Sin embargo, no
duda que Dios salvará al niño de su cuchillo.
Pues Dios no es el patrón de la muerte sino el Señor de la vida y del
amor. Por esta razón quedamos perplejos
con lo que están haciendo los radicalistas del Estado Islámico. Preguntamos: “¿Cómo pueden degollar a gentes
inocentes en nombre de Dios?”
La
respuesta no es complicada aunque nos parezca increíble. Interpretan algunos pasajes sangrientos del
Corán como la voluntad definitiva de Dios. Es como si nosotros tuviéramos el
pasaje bíblico donde Dios ordena la matanza de todos los pueblos de la tierra
de Canaán (Deuteronomio 20:17) como representativo de Su voluntad divino. No, la Biblia revela a Dios progresivamente
llegando a la culminación en Jesucristo.
Jesús dice absolutamente nada de Dios como deseando la muerte de
nadie. Al contrario, describe a Dios como
un padre siempre buscando lo mejor por sus hijos. En el evangelio hoy escuchamos una
confirmación de lo que dice Jesús. En el
monte Dios se dirige a los testigos de la transfiguración: “Este es mi Hijo
amado” – dice – “escúchenlo”.
Pero no
es sólo por palabras que Dios Padre confirme su amor para nosotros. También lo hace con acciones. Sobre todo envió a Su Hijo al mundo para
anunciar Su voluntad graciosa. Fue un
acto tan riesgoso como una delegación al Estado Islámico pidiéndoles que dejen
sus armas. Como los radicalistas probablemente tomarían los delegados como
esclavos si no lo matan, los hombres maltrataron a Jesús y lo crucificaron. Entonces Dios cumplió el hecho más compasivo
que jamás habría sido imaginado. E tan
maravilloso que la mera mención de ello confunde a los tres discípulos en la
lectura hoy. ¡Lo resucitó a Jesús de la
muerte dando a todos hombres la esperanza del mismo destino!
Deberíamos
preguntarnos, ¿cómo vamos a responder a la bondad de Dios? En la lectura Pedro presenta una opción: que
erijamos monumentos a Él. Aunque los
monumentos tienen su propósito, no constituirían la respuesta más indicada en
este caso. Antes de hacer cualquier otra
cosa, tenemos que seguir las instrucciones de Jesús. Ha pedido a sus discípulos que llevaran sus
cruces detrás de él. Para nosotros esta
tarea incluirá defender a los inocentes de los radicalistas musulmanes, pero va
más allá que esto. Una respuesta fiel a
Jesús requerirá que recemos por el Estado Islámico. Pediremos a Dios que esta gente se arrepienta
de sus modos malvados para que conozca el verdadero Dios del amor.
Escuchamos
la historia de la Transfiguración cada segundo domingo de la Cuaresma. El propósito de relatar el evento tan menudo es
que no olvidemos nunca que seguimos a Cristo glorificado. Igualmente nos recuerda que nuestro
seguimiento cuaresmal es para renovar nuestra esperanza para la resurrección de
la muerte. Ahora nuestra oración es que esto
sea también el destino de los radicalistas musulmanes. Una vez que se
arrepientan de sus modos sangrientos, que nos unan en la esperanza de la
resurrección.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario