EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo
17:3-7I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)
En
algunos lugares todavía se mantiene la práctica de la limpieza general de
primavera. Después de pasar mucho tiempo
dentro de la casa por el frío se siente la necesidad de lavar las paredes y
pulir los pisos. Es oportunidad también
de sacar toda la chatarra que ha acumulado y no sirve para nada más que ocupar
campo. En el evangelio hoy se encuentra
a Jesús haciendo otro tipo de limpieza general de primavera en el templo de
Jerusalén.
Jesús
acaba de llegar a la ciudad para celebrar la pascua. Cuando ve los bueyes y corderos en el área
sacra, siente el coraje de una madre viendo a su hijo estando intimidado por
matones. Reacciona de manera violenta. Hace un látigo de cordeles para echar los animales
fuera. No aguanta tampoco los vendedores
y cambistas comerciando en el lugar dedicado a la oración. Su conducta llama la atención de las
autoridades judías. Le piden una señal
de Dios para justificar tales acciones radicales. Responde Jesús con palabras de doble sentido
como es su costumbre en este evangelio según San Juan. “Destruyan este templo,” les dice a los
judíos, “y en tres días lo reconstruiré”.
Ellos entienden las palabras como una amenaza al patrimonio de Israel. Hoy día sería equivalente a hablar de la
destrucción de la Basílica de Guadalupe en México o el Capital en Washington. Pero Jesús refiere a ningún edificio sino su
propio cuerpo. Quiere decir que una vez
crucificado él resucitará de la muerte al tercer día.
A veces
nosotros como los judíos buscamos señales para seguir creyendo en Jesús. “¿Cómo sabemos que hay vida después de la
muerte?” nos preguntamos. “Enséname
donde se dice en la Biblia que tenemos que confesar nuestros pecados” nos decimos
en el interior. Estas inquietudes son
partes de la chatarra que tenemos que sacar de nuestra mente durante la
limpieza general que forma uno de los propósitos de la Cuaresma. Dice san Pablo en la segunda lectura que los
judíos piden señales pero los cristianos predican a Cristo crucificado. Seguiremos creyendo porque Jesucristo, el
único justo, murió por nuestros pecados, y Dios Padre lo resucitó del sepulcro. Además ha habido miles y miles, no millones y
millones de personas desde entonces cuyas vidas se han transformado del abismo
de vicios a la altura de la rectitud pidiendo su misericordia.
En
nuestra limpieza general de Cuaresma queremos mantener en nuestro corazón los
Diez Mandamientos que escuchamos en la primera lectura. Parece a algunos como una lista de modas más apropiadas
para los niños que para los adultos. Sin
embargo, los Diez Mandamientos constituyen la base de la moral. Ciertamente las leyes tienen varios niveles
del significado, muchas veces escondidos, que aplican a diferentes condiciones.
El Cuarto Mandamiento, por ejemplo, no tiene que ver simplemente con obedecer a
nuestros padres en nuestra niñez sino con cuidarlos en su vejez. También trata de acatar las leyes del
gobierno y servir la comunidad.
No
hacemos la limpieza general de la Cuaresma simplemente para mantener una vida sana. No, nuestro motivo es más amplio. Queremos vidas limpias para recibir al Señor
resucitado en la Pascua. Él es el
cumplimiento de nuestros deseos más profundos porque nos llena con el
amor. Entonces por él podemos servir a
los demás de modo que merezcamos también nosotros la resurrección de la muerte. Por Jesús merecemos la resurrección.
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