El vigésimo cuatro
domingo ordinario,
(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)
Cuando llega el papa Francisco a los Estados Unidos, él va a canonizar al
padre Junípero Serra como santo. La anticipación del evento ha causado
bastante controversia. Pues, muchos lo acreditan con la fundación de
California. Pero otros lo acusan de apoyar el sistema que oprimió a
los indígenas. El evangelio hoy puede ayudarnos evaluar a este misionero
franciscano con una perspectiva más amplia.
Jesús pregunta a sus discípulos sobre su reputación entre la gente.
Como en el mundo actual las opiniones de Jesús son diversas. Los
ingenuos del tiempo piensan que Jesús es Juan Bautista reencarnado.
Otros, con mayor razón, dicen que es Elías vuelto del cielo. Otros,
anticipando la evaluación de muchos en la actualidad, lo consideran como
profeta.
Como si les hubiera dado oportunidad para considerar la gama de
posibilidades, Jesús entonces vuelve la pregunta a los discípulos mismos.
“’Y ustedes – dice -- ¿quién dicen que soy yo?’” La pregunta exige
una respuesta cuidadosa. Pues tendrán que vivir de acuerdo con lo que
digan. Si se unen en la opinión que Jesús es profeta, entonces tendrán
que retirarse para acatar lo que diga. Pero Pedro, hablando por los
demás, ofrece otra evaluación. Para los discípulos Jesús es el Mesías, el
ungido de Dios para liderar al pueblo a la grandeza. Esto significa que
ellos tendrán que prepararse para la batalla final.
Jesús acepta la designación como Mesías pero no en el sentido de un
cacique. Él no va hacer combate contra los líderes judíos, mucho menos
contra el ejército romano. Más bien va a entregarse a su poder para ser
humillado y últimamente crucificado. Sólo entonces se verá su gloria
cuando Dios lo resucitará de la muerte. Esta acción implica un
papel para sus discípulos. Tendrán una tarea más retadora que pelear con
espadas. Tendrán que imitar a su Señor sacrificándose por el bien de los
demás.
Junípero Serra hizo precisamente este tipo de auto-sacrificio.
Tenía una catedra universitaria cuando decidió a irse al Nuevo Mundo para
evangelizar a los indígenas. Podía haber vivido cómodamente en un
convento en España. Pero escogió la dureza de la frontera en América.
Una vez que llegó a California él fundó una cadena de misiones. En cada una
se les enseñaron a los nativos no sólo el evangelio sino también la
agricultura.
Es cierto que el padre Serra no toleró a los indígenas abandonando las
misiones. En una carta escribió que tales renegados tuvieron que ser
castigados como un padre castiga a un niño rebelde. Pero también hay
amplia evidencia de Serra defendiendo la causa de diferentes indígenas en faz
del prejuicio del gobierno real. La verdad es que Junípero Serra no
andaba como hombre completamente perfecto. Sin embargo, con la gracia de
Dios iba perfeccionándose de modo que ahora con verdad se lo reconozca como
santo.
Jesús nos llama a cada uno de nosotros de la
comodidad como llamó a Junípero Serra. Quiere que vayamos a las fronteras
del mundo para encontrar a sí mismo en los pobres. No necesariamente
tenemos que ir a los rincones de la tierra. Está en la soledad de los
asilos de ancianos y en el miedo de los salas de cáncer. Está dondequiera
la persona siente desesperada y temerosa. Seguir a Jesús significa que
acogemos a estas personas como hermanos. Seguir a Jesús significa que
aceptamos la tarea más retadora.
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