El domingo, 20 de septiembre de 2015



El vigésimo quinto domingo ordinario

(Sabiduría 2:12.17-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37)

La disonancia cognitiva es un choque psicológico.  Nos pasa a veces cuando encontremos una idea que reta nuestro estilo de vida.  En vez de juzgar honestamente el valor de la idea, tratamos de despacharla como de poca importancia.  Vemos a los discípulos de Jesús pasando la disonancia cognitiva en el evangelio hoy.

Jesús acaba de compartir con sus discípulos la visión de su destino.  Dice que va a ser entregado a sus verdugos y matado.  Como sus seguidores, la suerte de  Jesús les debería indicar que también serán perseguidos.  Pero los doce no quieren contemplar la eventualidad.  Por toda la turbación interior que causaría, ellos rechazan el pensamiento.  Prefieren especular entre sí quién de ellos es el más importante. 

En este sentido nosotros norteamericanos somos como los discípulos.  Nos gusta pensar en nosotros mismos como la nación más importante en el mundo.  No se puede negar que tenemos la economía más grande.  Pero ¿hemos sembrado la paz con nuestros bienes? como recomienda Santiago en la segunda lectura.  Parece que el papa Francisco tiene sus dudas.  Nunca en su vida ha visitado este país evidentemente porque no es tan impresionado con sus logros como nosotros mismos.  Más al fondo, el papa tiene una crítica fuerte de cualquier pueblo que consume desproporcionalmente los bienes del mundo.  (Los Estado Unidos tiene sólo cinco por ciento de la población mundial pero consume veinte cinco por ciento de sus recursos.)

El papa seguramente  nos retará cuando visita nuestro país esta semana.  A lo mejor nos pedirá que seamos más generosos con la abundancia de bendiciones que tenemos.   Es muy posible que nos urja a aceptar a más refugiados de Siria.  Como miembros de esta nación deberíamos tomar a pecho el reto.   Cada uno de nosotros debería preguntarse a sí mismo: ¿Qué más podría yo hacer por los otros?  No nos faltan posibilidades.  Podríamos por ejemplos: tomar a un niño del  barrio como un hermano pequeño;  “adoptar” a un niño pobre en un país subdesarrollado por la organización Unbound (eso es, Desatado, previamente conocida como la Fundación cristiana por niños y ancianos); o participar en un programa dando clases particulares a los niños inmigrantes.

En el evangelio Jesús les pide a sus discípulos que hagan algo muy semejante.  Tomando a un niño en sus brazos, les dice que para ser importante en los ojos de Dios, hay que servir a este tipo de persona.  No abraza al niño porque es chulo sino porque es símbolo del no poder.  Podría ser una viuda o un paralítico.  Está diciendo que cuando Dios revela todo al final de los tiempos, aquellas gentes que hayan socorrido a un tal pobre serán reconocidas como dignas de la gloria. 

Hay un dicho: “Nunca se pone más alto que cuando se doble para ayudar a un pequeño en necesidad”.   Es lo que Jesús enseña en este evangelio.  También es lo que el papa Francisco dará eco en su primera venida a los Estados Unidos esta semana.  Nunca nos ponemos más altos que cuando nos doblemos para ayudar a los pequeños.

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