El vigésimo quinto domingo ordinario
(Sabiduría
2:12.17-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37)
La disonancia cognitiva es un choque
psicológico. Nos pasa a veces cuando
encontremos una idea que reta nuestro estilo de vida. En vez de juzgar honestamente el valor de la
idea, tratamos de despacharla como de poca importancia. Vemos a los discípulos de Jesús pasando la
disonancia cognitiva en el evangelio hoy.
Jesús
acaba de compartir con sus discípulos la visión de su destino. Dice que va a ser entregado a sus verdugos y
matado. Como sus seguidores, la suerte
de Jesús les debería indicar que también
serán perseguidos. Pero los doce no
quieren contemplar la eventualidad. Por
toda la turbación interior que causaría, ellos rechazan el pensamiento. Prefieren especular entre sí quién de ellos es
el más importante.
En este
sentido nosotros norteamericanos somos como los discípulos. Nos gusta pensar en nosotros mismos como la
nación más importante en el mundo. No se
puede negar que tenemos la economía más grande.
Pero ¿hemos sembrado la paz con nuestros bienes? como recomienda
Santiago en la segunda lectura. Parece
que el papa Francisco tiene sus dudas.
Nunca en su vida ha visitado este país evidentemente porque no es tan
impresionado con sus logros como nosotros mismos. Más al fondo, el papa tiene una crítica
fuerte de cualquier pueblo que consume desproporcionalmente los bienes del
mundo. (Los Estado Unidos tiene sólo
cinco por ciento de la población mundial pero consume veinte cinco por ciento
de sus recursos.)
El papa
seguramente nos retará cuando visita nuestro
país esta semana. A lo mejor nos pedirá
que seamos más generosos con la abundancia de bendiciones que tenemos. Es muy
posible que nos urja a aceptar a más refugiados de Siria. Como miembros de esta nación deberíamos tomar
a pecho el reto. Cada uno de nosotros debería preguntarse a sí
mismo: ¿Qué más podría yo hacer por los otros?
No nos faltan posibilidades. Podríamos
por ejemplos: tomar a un niño del barrio
como un hermano pequeño; “adoptar” a un niño pobre en un país
subdesarrollado por la organización Unbound
(eso es, Desatado, previamente
conocida como la Fundación cristiana por
niños y ancianos); o participar en un programa dando clases particulares a
los niños inmigrantes.
En el
evangelio Jesús les pide a sus discípulos que hagan algo muy semejante. Tomando a un niño en sus brazos, les dice que
para ser importante en los ojos de Dios, hay que servir a este tipo de persona. No abraza al niño porque es chulo sino porque
es símbolo del no poder. Podría ser una
viuda o un paralítico. Está diciendo que
cuando Dios revela todo al final de los tiempos, aquellas gentes que hayan
socorrido a un tal pobre serán reconocidas como dignas de la gloria.
Hay un
dicho: “Nunca se pone más alto que cuando se doble para ayudar a un pequeño en
necesidad”. Es lo que Jesús enseña en
este evangelio. También es lo que el
papa Francisco dará eco en su primera venida a los Estados Unidos esta
semana. Nunca nos ponemos más altos que
cuando nos doblemos para ayudar a los pequeños.
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