Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
(Daniel
7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)
Le Bron James
es el mejor basquetbolista en el mundo hoy.
Fuerte, exacto, y entusiasmado, James puede llevar un equipo mediocre al
campeonato. El año pasado cuando anunció
que iba a volver a Cleveland, su ciudad nativa, la gente allá se hizo emocionada. Se vio un joven llevando una pancarta
diciendo: “Se regresa el rey”.
Ciertamente Le Bron James es un rey pero no en el sentido regular de la
palabra. Más bien, él reina en la cancha de básquet. En una manera semejante Jesús puede llamarse
rey. Aun lo vemos refiriéndose a sí mismo
así en el evangelio hoy.
Pilato
pregunta a Jesús si él es el rey de los judíos.
Quiere saber si tiene un ejército para amenazar la soberanía de
Roma. Si va a iniciar una revolución, el
gobernador tendría que tenerlo bajo custodia.
Jesús le contesta con la verdad; sí es rey. Pero matiza lo que significa esto diciendo:
“Mi reino no es de este mundo”. En otras
palabras, Jesús es un rey diferente de los regidores de la tierra. Él juzga a todos con la justicia. Cuida a los pobres con el amor. Busca la paz entre los adversarios.
Nosotros
aceptamos a Jesús como rey. No importa
si somos americanos, chinos, o africanos.
Nos le sometemos a él. Cumplimos
su mandato de amor aun con el vecino que nos molesta. Lo servimos por aportar la Iglesia, su
cuerpo. Y lo honramos cantando su
alabanza en la misa dominical. Hacemos
todo no porque nos fuerce sino porque nos ha salvado. Como dice la segunda lectura del Apocalipsis:
él “nos purificó de nuestros pecados con su sangre”.
Ahora
cumplimos los domingos del ciclo B.
Desde el primer domingo de Adviento hemos estado leyendo del Evangelio
de San Marcos y, como ahora, el Evangelio de San Juan. Hemos visto a Jesús repetidamente dirigiendo
a los demás que no digan nada de su identidad.
Calla a los demonios, carga a sus discípulos, y avisa a los curados que
no revelen que él es el mesías. Ahora
sabemos por qué. Ser mesías es lo mismo que
ser rey. Jesús es rey como ningún
otro. Es a la vez más poderoso y más
compasivo que cualquier otro. Por eso
vale nuestra lealtad. Más que cualquier
otro, Jesús vale nuestra lealtad.
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