SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Baruc
5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)
¿Te has
dado cuenta cómo la temperatura parece subir antes de una tormenta? Crea un sentido de expectativa con el viento
calmándose. Entonces vienen las lluvias
para fructificar la tierra. Podemos
mirar a Juan en el evangelio hoy como el calor preparando la tierra para la
lluvia renovadora. Eso es, por supuesto,
Jesús.
Juan aparece
en el centro del escenario cada segundo domingo de Adviento. Viene para preparar a la gente para la venida
de Dios. Piensa que será ocasión de
llanto mientras Dios efectúa la justicia en la tierra. Por eso, exige que la
gente se arrepienta para evitar el castigo.
Hay la
misma dureza de corazón en tiempo de Juan que existe en el mundo hoy. La gente anda calculando su propio bien
pensando poco en su prójimo mucho menos en Dios. Muchos no quieren ni considerar dar amparo a
los refugiados de la guerra en el medio oriente. Algunos católicos aun han regañado a los
obispos por haber pedido la apertura a los sirios huyendo el terror de su
país. En la primera lectura Baruc
alienta a Jerusalén para recibir a los exiliados de Babilonia. Dice que la ciudad será glorificada por Dios
como el epítome de la justicia. Así ha
sido la bendición de los Estado Unidos por su acogida a los atribulados a
través de los siglos. Desgraciadamente
ahora parece que algunos quieren rechazar este legado impresionante.
Y
nosotros ¿hemos endurecido nuestros corazones con la preocupación por nosotros
mismos? ¿Tenemos que arrepentirnos? Sí venimos a la misa dominical. A lo mejor contribuimos a las Caridades
Católicas. Pero no queremos meternos más
en los problemas de los pobres. La
exigencia de Juan para arrepentirse significa no tanto que confesemos nuestros
pecados sino que cambiemos nuestra actitud.
Nos urge que nos demos cuenta de que nuestras vidas son regalos de
Dios. Dios quiere que nos aprovechemos
de ellas para servir a Él por cuidar a los demás. En la segunda lectura San Pablo reza que los
filipenses tengan “un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual”. Se puede
entender esta frase como la conciencia de que nuestras vidas no son
primeramente nuestras sino de Dios. Él
quiere que las compartamos con los demás en el espíritu del amor.
Se da
cuenta de esto Elena. Es un mayor que gasta parte de un día cada semana
preparando comida para los desamparados en la ciudad. Parece extraño a
algunos porque Elena es conocida como partidaria de la política conservadora.
Sin embargo, Elena ha tomado al pecho la enseñanza de Jesús a dar de comer a
los hambrientos. Si nuestras vidas son regalos de Dios, así son las vidas de los desamparados.
Dios nos los haya dado para hacernos hermanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario