El domingo, 13 de diciembre de 2015

EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Sofonías 3:14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)

Se dice que los evangelios nos presentan la encarnación, pero era San Francisco de Asís que nos dio la Navidad.  Este dicho refiere al hecho que Francisco montó un pesebre en el pueblo de Grecio, Italia, repleto con buey y burro vivos.  El escenario despertó la imaginación de la gente mientras el santo predicó “el bebé de Belén”.

Pero sabemos mejor.  Sabemos que la Navidad es una invención norteamericana.  En una pequeña parte proviene del poema escrito por un neoyorquino en 1823, “Una visita de San Nicolás”.  Aún más significante la Navidad como se realiza en casi todas partes resulta de un millón de empresas haciendo publicidad para vender sus productos.  El propósito de la celebración se ha cambiado desde el tiempo de San Francisco.  En lugar de honrar al Salvador del mundo, las gentes se aprovechan de las compras para complacer sus antojos.

Muchos de nosotros nos preguntamos si vale participar en el vértigo de compras navideñas.  Viendo la codicia de nuestros niños al 25 de diciembre, nos preocupamos si hemos hecho algo malo.  En muchas casas ellos reciben los regalos no con agradecimiento sino como sus derechos.  Nos preguntamos si compramos regalos para tantas otras personas no como muestras de aprecio sino para no avergonzarnos.  También estamos escandalizados con la cantidad de desgaste – la comida, la ropa buena que repentinamente se hace anticuada, los arbolitos que se echan en la basurero dentro de poco. Las advertencias de Juan en el evangelio hoy dan eco en nuestra conciencia.

La gente acude a Juan para buscar la orientación.  Quiere responder a su exhortación a arrepentirse pero no sabe exactamente cómo hacerlo.  Juan se les dirige a los privilegiados entre ellos.  Los ricos con dos túnicas han de compartir una con el pobre.  Los cobradores de impuestos no deben recoger más que lo justo.  Y los soldados no deben aprovecharse de sus armas para tomar lo que no les correspondan.  Su mensaje es primeramente social.  Traslado a nuestros tiempos, ello sería que consideremos  más el bien de los necesitados.  Sería que sigamos las propuestas del papa Francisco para el Año jubilar de la misericordia.

En abril Francisco anunció que el tiempo desde la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, el martes pasado, hasta la Solemnidad de Cristo Rey, el 20 de noviembre de 2016, será dedicado a la misericordia.  Propuso que todos católicos contemplaran cómo han sido beneficiarios de la misericordia.  Sobre todo somos beneficiados por tener a Jesucristo como nuestro amigo, maestro, y salvador.  Durante el Adviento tenemos oportunidad particular para considerar este gran obsequio.  Podemos compartir en nuestras familias no sólo la historia del nacimiento de Jesús sino su significado para nuestras vidas.  Hacer esto antes de la cena valdría infinitivamente más que salir para comprar otro tipo de juego electrónico.

Casi de igual importancia según el papa es que practiquemos las obras tradicionales de la misericordia.  Son de dos tipos: corporales y espirituales.  Por el primer tipo damos de comer a los hambrientos y visitamos a los encarcelados.  Por el segundo instruimos a aquellos que no saben y consolamos a los tristes.  Podríamos cumplir estas y las demás por ser más atentos a nuestros hijos.  Podemos llevarlos a visitar a tía María en el hospital o a entregar comidas al dispensario por los pobres.  Aprenderán la misericordia por ver a nosotros tratando a los necesitados con la misericordia.

A veces se refiere a este tercer domingo de Adviento como el Domingo Gaudete.  Esta palabra latín significa regocíjense.  “Gózate y regocíjate…,  Jerusalén” dice el profeta Sofonías en la primera lectura.  “Alégrense siempre en el Señor”, dice san Pablo en la segunda.  El propósito es que la venida del Señor es muy cerca ya.  Llegará trayéndonos la misericordia en un mil formas.  Llegará trayéndonos la misericordia.

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