La Fiesta de la Sagrada Familia
(I Samuel
1:20-22.24-28; I Juan 3:1-2.21-24; Lucas 2:41-52)
En una
novela tres malvados se meten en una casa de familia. Comienzan a aterrorizar a la madre con sus dos
hijos. Piensan los muchachos si su
hermano mayor estuviera presente, él sabría qué hacer. Entonces llega el hermano, ve lo que pasa, y
actúa para rescatar a todos. La historia
nos proporciona una pista de lo que el evangelio hoy quiere anunciar.
Israel
en el primer siglo era una nación derrotada.
El imperio romano había tomado las riendas del gobierno. Los partidos judíos – los saduceos, los
fariseos, los zelotes, los partidarios de Herodes – luchaban el uno contra el
otro. Los griegos y los samaritanos
practicaban sus propias religiones. La
gente quedaba en necesidad de un salvador para rescatarla de toda esta desgracia.
Entonces
vino Jesús. A su nacimiento los ángeles
lo describieron en el campo como “el mesías”, eso es el ungido de Dios. Cuarenta
días después en el templo el vidente Simeón le declaró “la salvación” y “la
gloria de…Israel”. Y en la lectura hoy
Jesús mismo sugiere que es hijo de Dios cuando responde a su madre: “¿No sabían
que debo ocuparme con las cosas de mi Padre?” El mensaje evangélico es claro. Definitivamente
ha llegado el Hijo de Dios. Jesús rescatará
no sólo Israel de sus pruebas sino el mundo del pecado.
La
victoria será lograda con su muerte en la cruz y la resurrección de su cuerpo
del sepulcro. Pero Jesús empieza ahora a
prepararse para la prueba. En primer
lugar, dialoga con los sabios sobre las Escrituras. Se dará cuenta de que el significado de la
vida no es invención de cada persona humana por sí misma. Más bien ha sido revelado por Dios a través
de los siglos. Es una lucha para
perfeccionarse para la vida eterna con Dios.
En segundo lugar se someterá a la autoridad de sus padres terrenos. Sabe que le libran de los atractivos que
pueden desviar a un muchacho del proyecto de la vida.
Como María
en el evangelio queremos conservar en nuestros corazones toda palabra de Dios. Particularmente hoy nos enfocamos en sus
prescripciones para la familia. La
primera lectura habla de Ana, madre de Samuel, ofreciendo a su niño al
Señor. Ella sabe que los hijos no son
propiedad de sus padres para formarse según sus propios designios. Más
bien son regalos que Dios se les confía para cuidar y educar en sus modos.
Sobre
todo el modo de Dios se da en la segunda lectura: “que amemos los unos a los
otros”. Prácticamente este mandamiento
significa que ayudemos a uno y otro superar nuestras faltas. Si tenemos un pariente homosexual activo, que
no lo rechacemos. Más bien que le mostremos
nuestro afecto mientras le digamos que confíe en el Señor Jesús. No estaremos aprobando su estilo de
vida. Más bien estaremos perfeccionando
lo nuestro.
Estamos
para emprender en un año nuevo. 2016
casi ha llegado. Será el año de las
olimpiadas y las elecciones. Vamos a ver
dificultades nuevas y desgracias perpetuas.
No importa ahora lo que nos pase. Cristo ha venido para acompañarnos en
la lucha. Esto es lo que importa. Cristo nos ha venido.
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