EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
(Miqueas
5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)
Se ha
anunciado el plan para el viaje del papa Francisco a México. Va a ir a la
capital para dar homenaje a la Virgen de Guadalupe, patrona del país. Pero no va a ningún otro centro de comercio
muy importante. En lugar de Guadalajara
y Monterrey, el papa visitará San Cristóbal de las Casas, Morelia, y Ciudad
Juárez. Estas ciudades han soportado
mucha miseria en los años recientes. El propósito del papa es claro. Quiere socorrer a la gente afligida por la
pobreza y violencia. Está haciendo la
misma opción que hace Dios en las lecturas de la misa hoy.
Escuchamos
la primera lectura del profeta Miqueas como anunciando el lugar del nacimiento
de Jesús. Dice que de Belén “saldrá el
jefe de Israel”. Pero ¿cómo la oyeron
los israelitas cuando fue escrito en el octavo siglo antes de Cristo? Ciertamente la habrían entendido como
haciendo referencia a David, el rey poderosísimo de Israel, nacido en
Belén. También la habrían reconocido
como la preferencia de Dios para lo humilde.
Aunque no tiene nada de la grandeza de Jerusalén, Belén con su población
campesina ha ganado el favor de Dios. No
es nada nuevo. Por toda la historia de
la salvación Dios ha rechazado las pretensiones de los pudientes para alzar a
los pobres.
La
segunda lectura penetra más profundamente los modos de Dios. Dice que el sacrificio que más agrada a Dios
no es lo de holocaustos de bueyes. No,
se le complace sobre todo la obediencia.
Ésta es precisamente el ofrecimiento de Jesús. Él nunca huyó su misión para anunciar el amor
de Dios Padre en el mundo. Aun ante la
saña de los jefes de Israel Jesús siguió curando y enseñando. Eventualmente lo tuvieron crucificado, pero
su muerte sólo dio testimonio a la extensión del amor divino.
Quizás
el pasaje evangélico proclamado hoy es el único en que aparecen sólo
mujeres. María e Isabel se colocan en el
centro del escenario para revelar cómo Dios logra su propósito con los más
sufridos. Sin duda Isabel, como su
prototipo Ana en el Antiguo Testamento, experimentaba la vergüenza de no haber tenido
hijos. Al reconocer su dolor Dios le ha concedido
la criatura que se hará el precursor del Mesías.
María es
una joven humilde de un pueblo lejano. Más
al caso, ella obedece a Dios incondicionalmente como Jesús. Va “presurosa” a visitar a Isabel tan pronto
como recibe la noticia que ella es con hijo.
Tanto por su obediencia como por su humildad Dios la ha escogido como la
cual criará a Su hijo. Enseñará a Jesús
los modos de la vida humana de modo que no desvíe nada del camino de la
justicia.
Aunque
no podamos duplicar ni la humildad de Isabel ni la obediencia de María mucho
menos el sacrificio de Jesús, podríamos imitar a los tres. En lugar de pensar en nosotros mismos como
número uno, podemos reconocer la prioridad de Dios. Podemos preguntarle que quiere de nuestros
talentos y de nuestro tiempo. Para
algunos será que sean los mejores hijos y los mejores padres posibles. Particularmente en los primeros y los últimos
años las personas necesitan de atención particular. Para otros Dios querría que lleven el amor de
Dios al mundo. Esto es lo que hace una
mujer que entra la prisión dos veces por semana. Una noche durante la semana ella enseña a los
encarcelados la doctrina cristiana. Al
domingo los acompaña en la misa. Les
asegura que no son olvidados porque están internados. Más bien son apreciados como miembros de la
comunidad haciendo esfuerzos a reformarse.
Dentro
de cinco días vamos a estar celebrando el acto de Dios más dramático para optar
por los humildes. Colocaremos al niño
Jesús en el pesebre para enseñar a nuestros hijos que él ama a los chiquillos. Entonces nos arrodillaremos junto con ellos
ante el pesebre prometiendo a Jesús nuestra obediencia. Nos arrodillaremos ante Jesús prometiéndole
nuestra obediencia.
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