El domingo, 20 de diciembre de 2015

EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)

Se ha anunciado el plan para el viaje del papa Francisco a México. Va a ir a la capital para dar homenaje a la Virgen de Guadalupe, patrona del país.  Pero no va a ningún otro centro de comercio muy importante.  En lugar de Guadalajara y Monterrey, el papa visitará San Cristóbal de las Casas, Morelia, y Ciudad Juárez.  Estas ciudades han soportado mucha miseria en los años recientes. El propósito del papa es claro.  Quiere socorrer a la gente afligida por la pobreza y violencia.  Está haciendo la misma opción que hace Dios en las lecturas de la misa hoy.

Escuchamos la primera lectura del profeta Miqueas como anunciando el lugar del nacimiento de Jesús.  Dice que de Belén “saldrá el jefe de Israel”.  Pero ¿cómo la oyeron los israelitas cuando fue escrito en el octavo siglo antes de Cristo?  Ciertamente la habrían entendido como haciendo referencia a David, el rey poderosísimo de Israel, nacido en Belén.  También la habrían reconocido como la preferencia de Dios para lo humilde.  Aunque no tiene nada de la grandeza de Jerusalén, Belén con su población campesina ha ganado el favor de Dios.  No es nada nuevo.  Por toda la historia de la salvación Dios ha rechazado las pretensiones de los pudientes para alzar a los pobres.

La segunda lectura penetra más profundamente los modos de Dios.  Dice que el sacrificio que más agrada a Dios no es lo de holocaustos de bueyes.  No, se le complace sobre todo la obediencia.  Ésta es precisamente el ofrecimiento de Jesús.  Él nunca huyó su misión para anunciar el amor de Dios Padre en el mundo.  Aun ante la saña de los jefes de Israel Jesús siguió curando y enseñando.  Eventualmente lo tuvieron crucificado, pero su muerte sólo dio testimonio a la extensión del amor divino. 

Quizás el pasaje evangélico proclamado hoy es el único en que aparecen sólo mujeres.  María e Isabel se colocan en el centro del escenario para revelar cómo Dios logra su propósito con los más sufridos.  Sin duda Isabel, como su prototipo Ana en el Antiguo Testamento, experimentaba la vergüenza de no haber tenido hijos.  Al reconocer su dolor Dios le ha concedido la criatura que se hará el precursor del Mesías. 

María es una joven humilde de un pueblo lejano.  Más al caso, ella obedece a Dios incondicionalmente como Jesús.  Va “presurosa” a visitar a Isabel tan pronto como recibe la noticia que ella es con hijo.  Tanto por su obediencia como por su humildad Dios la ha escogido como la cual criará a Su hijo.  Enseñará a Jesús los modos de la vida humana de modo que no desvíe nada del camino de la justicia. 

Aunque no podamos duplicar ni la humildad de Isabel ni la obediencia de María mucho menos el sacrificio de Jesús, podríamos imitar a los tres.  En lugar de pensar en nosotros mismos como número uno, podemos reconocer la prioridad de Dios.  Podemos preguntarle que quiere de nuestros talentos y de nuestro tiempo.  Para algunos será que sean los mejores hijos y los mejores padres posibles.  Particularmente en los primeros y los últimos años las personas necesitan de atención particular.  Para otros Dios querría que lleven el amor de Dios al mundo.  Esto es lo que hace una mujer que entra la prisión dos veces por semana.  Una noche durante la semana ella enseña a los encarcelados la doctrina cristiana.  Al domingo los acompaña en la misa.  Les asegura que no son olvidados porque están internados.  Más bien son apreciados como miembros de la comunidad haciendo esfuerzos a reformarse.

Dentro de cinco días vamos a estar celebrando el acto de Dios más dramático para optar por los humildes.  Colocaremos al niño Jesús en el pesebre para enseñar a nuestros hijos que él ama a los chiquillos.  Entonces nos arrodillaremos junto con ellos ante el pesebre prometiendo a Jesús nuestra obediencia.  Nos arrodillaremos ante Jesús prometiéndole nuestra obediencia. 

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