EL TRIGÉSIMA SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)
Hace dos
años estrenó la película cinemática Filomena. Trató de la búsqueda de una madre soltera
para su hijo. Descubrió que la
institución católica donde le dio a luz al bebé injustamente le regaló por adopción. La mujer podría haber hecho una demanda
contra la institución. Pero como la
viuda el evangelio hoy la madre actúa en una manera más bendita.
Jesús ve
a la viuda poniendo su ofrecimiento en el tesoro del templo. Sabe que es
viuda por su vestido. Sabe la cantidad porque se avisa en voz alta cada
donativo. Jesús comenta a sus discípulos cómo los ricos depositan cantidades
grandes, a lo mejor con monedas de plata u oro. Entretanto la viuda
presenta dos cobres que valen unos centavitos. Sin embargo, según Jesús
su aporte es más grande que aquellos de los demás. Pues ella ha entregado todo el sustento que tenía
para vivir.
El donativo
de la viuda sirve bien como una parábola, una demostración del Reino de Dios que
Jesús vino a anunciar. Es un acto que
procede del entendimiento que la vida es un don de Dios y que El espera que se le
devuelva con creces.
Se puede
hacer otra comparación que asemeja más al propósito del evangelista. Marcos
coloca esta historia un poquito antes de la narrativa de la pasión de Jesús. A lo mejor su propósito es indicar que el
donativo de la viuda anticipa la entrega de su vida. En otras palabras
para la viuda el donativo es un sacrificio tan enorme como lo de Jesús en la cruz.
Los dos sacrificios son expresiones de la llegada del Reino de Dios al mundo. El
primero sugiere lo que nosotros podamos hacer.
El segundo nos gana el favor de Dios para hacerlo.
A lo
mejor nuestra mente queda incrédula con la historia. Queremos preguntar:
¿No es imprudente ofrecer todo lo que tiene? ¿Qué va a comer mañana si
derrocha toda su subsistencia hoy? Esto es la lógica del mundo, no del
Reino. Cuando entramos al Reino, no nos preocupamos de mañana.
Sabemos que Dios nos proveerá las necesidades. Como la viuda de Sarepta
en la primera lectura no muere por dar de comer al profeta, Dios no permite que
perdamos cuando compartimos nuestros bienes. Muchas familias conocen esta
verdad por acogerse a visitantes inesperadas a su mesa la mesa.
No se
espera a nosotros que vendamos la casa para ayudar a los pobres. Pero podemos reflexionar en cómo ser más
agradecidos para la vida y menos posesivos de lo que tenemos. Nuestro objetivo debe ser cuando lleguemos al
fin de la vida que podamos rezar, “Ten misericordia de mí, Señor. He tratado de vivir por ti”.
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