LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
(Apocalipsis
7:2-4.9-14; I Juan 3:1-3; Mateo 5:1-12)
Se
encuentra en un panteón en el estado de Georgia la fosa de una esclava. Su supuesto dueño gastó el dinero para hacer una piedra
elogiándola. Dice el escrito que Sara
(sin apellido) fue una sierva excelentísima.
Nunca se conoció diciendo una mentira, tomando algo que no le
correspondía, o perdiendo su buen humor. Evidentemente el dueño le consideraba a Sara
como una santa. Se honra este tipo de
persona hoy, la fiesta de Todos los Santos.
En la primera
lectura el Apocalipsis describe a los santos como los mártires que entregaron
sus vidas en lugar de dejar su fe. Corresponde
en las bienaventuranzas del evangelio hoy a los perseguidos por causa de la
justicia. Puede parecer a nosotros como
sólo una experiencia de los tiempos antiguos.
Pero la verdad es que muchos están perseguidos hoy por la fe. Sólo tenemos que recordar el video hecho por
el Estado Islámico hace seis meses. Aun
se puede decir que el número de cristianos martirizados anualmente hoy día
sobrepasa aquel de la antigüedad.
Después
de que se dio a los cristianos la libertad religiosa en el curato siglo apareció otro tipo de santo: aquellas
personas que entraron al desierto para dedicarse a la oración. Tomaron en serio la cuarta bienaventuranza en
que el Señor llama “dichosos” aquellos que tienen hambre y sed de la justicia. Se puede pensar en este seguimiento los que
han escogido la vida religiosa. Aunque
los religiosos y las religiosas no experimenten la pobreza hoy como antes, todavía
conoce la soledad más fuerte que sus contrapartes laicales.
En el
siglo catorce los laicos descubrieron su propio modo para llegar a la santidad. Fue un tiempo de disgusto con la corrupción
en la Iglesia. Algunos reformadores
rechazaron los votos religiosos para vivir en comunidades sencillas. Su espiritualidad se encuentra en el libro
llamado La imitación de Cristo que queda
a la venta el día hoy. Esta obra destaca
la humildad de la tercera bienaventuranza y la pureza de corazón de la sexta como
virtudes para cultivarse.
Más
recientemente hemos considerado el servicio como la avenida a la santidad. Alzamos como santos gentes como la americana
Dorothy Day. Ella era socialista hasta
que se convirtió al catolicismo como joven.
Desde entonces se dedicó al cuidado de la gente pobrísima por el resto
de su vida larga. Manifestó al pueblo
americano la quinta bienaventuranza, “’Dichosos los misericordiosos…’” Viendo a
los necesitados como ellos mismos ante Dios, les responden con el mismo favor
que piden de Dios Padre.
Hay otras
maneras para llegar a la santidad. Pero
todas brindan la cualidad recalcada en la segunda lectura de la primera carta
de San Juan. Para ser santos tenemos que
exhibir el amor de Dios Padre. Este amor
es mucho más grande que el amor de que se escucha en la radio. Pues no busca nada por sí mismo sino todo por
el bien del otro. Que terminemos la
lista de las bienaventuranzas describiendo el amor divino. El amor de Dios se hace pobre, la primera
bienaventuranza, como el Hijo de Dios se hizo hombre. Imitamos esta pobreza cuando no olvidamos a agradecer
a Dios por toda cosa que recibimos. También
el amor de Dios llora por la violencia experimentada en el mundo, la segunda
bienaventuranza. Pero no se da por
vencido en el trabajo para la paz, la séptima.
Ahora
celebramos a todos los santos de la Iglesia.
Los brindamos como modelos para ser imitados. A la vez les pedimos que recen por
nosotros. Pues necesitamos la gracia de
Dios para ser incluidos en su compañía.
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