El domingo, 11 de octubre de 2015



EL VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)

Hay un mito de la antigüedad que puede ayudarnos entender el evangelio hoy.  Según el mito, un diosito griego promete al rey Midas cualquier cosa que desee. El rey escoge que cada cosa que toque se convierta en oro.  Concedido su deseo, el rey Midas inmediatamente tiene oro en todos lados.  Entonces descubre la tontería de su deseo.  Pues no puede ni probar comida sin que ella también haciéndose oro.

El hombre del evangelio ya tiene una fortuna.  No se dice cómo ganó tanto dinero, pero evidentemente es una persona industriosa.  Pues pregunta a Jesús lo que él tiene que hacer para alcanzar la vida eterna.  Sin embargo, la vida eterna no es cosa que pueda ganar una vez.  Más bien, viene tan lento como el crecimiento de un roble con la vida entregada al Señor.  Como se dice, no es asunto de hacer sino de ser.  De todos modos el hombre no es dispuesto a dejar sus riquezas para hacerse discípulo de Jesús. Como en el caso del rey Midas, el oro lo tiene tan atado que no pueda conseguir lo que vale lo máximo. 

No obstante, Jesús lo mira con amor.  Pues, sabe que el hombre es serio en la búsqueda del Reino.  Jesús le pide que lo siga para que se llene de la felicidad.  Pero como se lo retrata en pinturas de la escena famosa del Apocalipsis, Jesús sólo puede tocar la puerta.  Porque no tiene perilla, el otro tiene que abrirle la puerta si va a tener a Jesús como compañero. Como al rico, Jesús invita a cada uno de nosotros a seguirlo.  Pero no va a imponerse a nosotros tampoco.  Nosotros tenemos que abrirle la puerta.

¿Es necesario que la persona siempre venda sus pertenencias para alcanzar la vida feliz?  No, no es así en todos casos.  Aunque Jesús indica que es dificilísima, reconoce la posibilidad que los ricos también entren el Reino.  Un sabio dijo: “No dejes que tu dinero se alce más alto que tu bolsillo.  Pues puede entrar tu cabeza a arruinarla”.  Las riquezas no son malas en sí.  En varios casos los ricos se aprovechan de sus tesoros para socorrer a los necesitados.  Pero pueden desviarnos del camino de la justicia.  Como la vista de un conejo llevará del sendero un perro de caza, así el dinero puede distraernos de Dios. 

La segunda lectura nos recuerda de la necesidad de tomar en serio la palabra de Dios.  Dice que es más tajante que una espada.  Pero su filo no corta salchicha sino penetra nuestros adentros.  Nos revela como dignos o no de la vida eterna.  Hay que recordar los cuatro p: el placer, el poder, la plata, o el prestigio.  Si vivimos con corazón puesto en uno de ellos, la palabra de Dios nos revelará como faltando la justicia.  Pero si nos entregamos a los modos del Señor, entonces la misma palabra va a indicar otra cosa.  Va a mostrarnos al mundo como discípulos verdaderos de Jesús.  Va a mostrarnos como dignos de la vida eterna.

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