DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO, 24 de julio de
2016
(Génesis
18:20-32; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
Como
premio un programa televisora solía dar a los ganadores un tempito en un
almacén. Los afortunados podían tomar
cualquieras cosas que desearan. Si
fuéramos nosotros los participantes, ¿escogeríamos ropas, electrodomésticas, o
camas? La abundancia de las
posibilidades nos haría la selección difícil.
Querríamos pensar: ¿Cuál cosa sería la más provechosa para
nosotros? En este modo reflexivo los
discípulos de Jesús se le acercan en el evangelio hoy.
Le piden
al Señor que les enseñe a orar. Además
de un modelo de rezo, quieren saber qué cosas deberían pedir a Dios. ¿Vale mencionar sus deseos personales como
buen clima para el viaje mañana o sería necesario que se enfoquen en los bienes
eternos como “la paz en el mundo”? A
menudo nosotros andamos con las mismas inquietudes. Nos preguntamos si es vano pedir algo tan
mundano como la belleza o la riqueza.
La
verdad es que no es necesariamente malo pedir cosas para nosotros mismos. Aun
la belleza o la riqueza pueden ser provechosas para el bien común. Sin embargo,
nuestra oración debería hacer hincapié en algo más céntrico a nuestro sumo bien. Deberíamos pedir una mayor relación con el
Señor Jesús. Con él estaríamos pacíficos
en cualquier apuro. Está apoyando ahora
a una señora experimentando la degeneración macular. Ella le pide la fortaleza para aguantar las
inyecciones en los ojos. En el evangelio
Jesús recomienda a sus discípulos que soliciten de Dios Padre su “Reino”. Esto es la plenitud del amor que supera toda
dificultad. Lo encontramos nosotros en
Jesús mismo crucificado y resucitado de la muerte.
La
segunda lectura hoy describe el Reino en términos de la vida nueva experimentada
por Jesús. Dice que por el bautismo
nosotros participamos en esta vida que nos exonera de todo pecado. Ya ni nuestros
pecados del pasado ni la incertidumbre del futuro pueden quitarnos la paz. Porque estamos con Jesús, quedamos seguros
que todo resultará bien. Aun las
amenazas de los terroristas no nos causan gran dificultad.
Si fuéramos
inclinados a preocuparnos que Dios no nos escuche, la primera lectura puede
tranquilizar nuestro temor. Muestra a
Abraham platicando con Dios sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra. Dios no sólo escucha sus peticiones sino le
muestra a sí mismo como justo. Promete que
no aniquile a los pueblos si se encuentran en ellos al menos diez personas
justas. ¿Por qué Abraham queda contento
con este número? Bueno, él sabe que si
hay menos que diez justos, Dios puede salvarlos con actos particulares como hará
en el caso de Lot.
Jesús
señala que Dios no es sólo justo sino también amoroso. Sus parábolas muestran a un Padre a lo cual
no se puede fatigar con peticiones. Al
contrario, Él está listo para apoyar a aquellos que se le acercan con corazón
sincero. Como el hombre que viene a
medianoche pidiendo pan, a veces nosotros parecemos pretensiosos en nuestras
expectativas de Dios. Un enfermo dice al
sacerdote que siente avergonzado pidiendo los sacramentos después de años sin
ir a misa. Pero no es necesaria la
vergüenza. Con amor infinito Dios sólo
quiere que nos volvamos a él.
Recordémonos
cuando nos propusieron la oferta de tener un deseo cumplido. Para aprovecharnos
de la oferta pedimos cien deseos más. Pero
nos dijeron que no es justo tal deseo. Está
bien. Sin embargo, podemos pedir a Dios
en la oración el mayor conocimiento de Jesús que vale más que mil deseos
cumplidos. Con él tenemos el bien que
sobrepasa la belleza y la riqueza. Con
él tenemos la vida que ni los terroristas pueden aniquilar. Con Jesús tenemos el cumplimiento del Reino
de Dios.
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