El domingo, 17 de julio de 2016



DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 18:1-10ª; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42)


La palabra triangulación tiene sentido nuevo. No más refiere singularmente a la formación de un plano con tres ángulos.  Ya remite al fenómeno donde una persona se aprovecha de otra por agruparse con un tercer partidario.  Como ejemplo pensemos en el adolescente cuya petición para tomar el coche ha sido rechazada por su madre.  Ya va a su padre pidiendo la misma cosa.  Si el padre no tiene dificultad con la propuesta, el muchacho puede volver a su madre diciendo que hay dos votos a una en favor de su proyecto.   En el evangelio hoy se trata a enredar a Jesús en una triangulación.

Marta viene a Jesús acongojada.  Le dice que su hermana no quiere ayudarle y ¿no puede él decirle que debe hacerlo?  Más adelante en este mismo evangelio de san Lucas un hombre pide a Jesús algo semejante.  Se le acerca pidiendo su intervención en la riña que tiene con su hermano sobre su herencia.  Pero Jesús, tanto sagaz como bondadoso, reconoce que los hermanos tienen que resolver sus dificultades según un principio más profundo que riqueza o conveniencia.  Eso es, quiere que examinen con mayor perspicaz lo que realmente les importa.

Marta quiere preparar a Jesús un banquete espléndido.  No se da su motivo pero se puede imaginar que quiere ser reconocida como una anfitriona cumplida.  Tal vez todos nosotros seamos culpables de una falta parecida.  Tenemos ilusiones de nosotros mismos que muchas veces olvidan nuestra vocación principal en la vida. Queremos ser guapos o ricos u otra cosa aun si implica violar la voluntad de Dios.  Una novela cuenta de un hombre que quiere ser multimillonario aunque para llegar a su meta tiene que utilizar mordidas y violencia. 

Pero Dios tiene en cuenta algo para nosotros más grande que nos imaginemos.  Quiere que compartamos Su santidad.  Eso es, quiere que amemos a los demás como Él ama.  Ésta es la vocación a la cual todos nosotros hemos sido llamados.  En el evangelio Marta no se da cuenta de este destino.  Imagina que Jesús está allí para ser servido y no para contarle de la voluntad de Dios Padre.  Ella quiere dar de comer a Jesús mientras él viene para alimentar a ella con el pan que dura para siempre. 

María se ha dado cuenta de la misión de Jesús.  Ella se pone al pie de Jesús para escuchar cada palabra de su boca.  Por esta razón nosotros venimos a misa cada domingo.  Queremos no sólo escuchar las palabras de Jesús sino ser nutridos por su Cuerpo y Sangre.  Los dos -- su sabiduría y su comida – nos hacen santos. 

Sin embargo, hacerse santo envuelve más que participar en la misa.  Hay que ir al mundo para realizar el amor de Dios.  Nos costarán el esfuerzo, a veces aún nuestro bien físico.  Hace dos años un médico misionero trabajando en el África contrató el virus ebola.  Sufrió pero no renegó su decisión para servir a los pobres.  Él podría decir como la Carta a los Colosenses en la segunda lectura: “… así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia”. 

La bicicleta estacionaria sirve para explicar el significado de este evangelio.  Ella puede proveer buen ejercicio, pero no puede llevarnos a dónde queremos ir.  Si vamos a llegar a lugares lejanos con bicicleta tenemos que procurar una que mueve.  Es así con la vida.  Podemos gastar mucha energía para ser millonario o médico, pero no vamos a realizar nuestro objetivo verdadero si no acudimos a Jesús.  Él tiene para nosotros las palabras que nos hacen sabios y el pan que nos hace dispuestos a amar como Dios.  Tenemos que acudir a él para llegar a nuestro destino.  Tenemos que acudir a Jesús si vamos a ser santos.

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