EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo
32:7-11.13-14; Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-10)
Dicen
que se conoce la persona por la compañía que guarda. Si anda con gente sana, a lo mejor es
confiable. Pero si se encuentra con
embusteros, no vale creer lo que diga.
No es por nada entonces que los fariseos en el evangelio hoy sospechan a
Jesús. Pues lo ven aun comiendo con “los
publicanos y los pecadores”.
Pero
Jesús no más quiere seguir los modos de los pecadores que la Santa Teresa de
Calcuta quería seguir los modos de los drogadictos que frecuentamente cuidó. Al contrario, Jesús quiere convencer a los maliciosos
que el camino de Dios es preferible a sus engaños. Les enseña que sobre todo le complace a Dios
el arrepentimiento de ellos mismos. Describe
con dos ejemplos el gozo de Dios cuando un pecador regresa a la justicia. Dice que es tan efervescente como la alegría
de un pastor cuando halla su oveja perdida o la del amo de casa cuando encuentra
su moneda extraviada.
Por eso
no debe ser misterioso cuando los científicos cuestionan la existencia del Dios
de las Escrituras. Ellos investigan las
leyes que mantienen el orden del universo.
Pero la Biblia y particularmente el evangelio presentan al Creador como sumamente
preocupado por aquellos que han violado Sus preceptos. Ninguna historia de Jesús expresa esta
preocupación divina tanto como la parábola del Hijo Pródigo o, mejor dicho, del
Padre del Amor Prodigioso.
Por
pedir su herencia cuando su padre todavía vive, el hijo menor está contando a
su padre que lo preferiría muerto. Por malgastar
el dinero en cosas frívolas el joven comete otra afrenta. Cuidando cerdos para sobrevivir indica el
abismo en que el joven se ha puesto a sí mismo.
Si fuera viviendo hoy en día, sería como si estuviera produciendo películas
pornográficas para sacar la vida. Pero
al padre ¡no le importa que hiciera!
Cuando ve a su hijo en el horizonte corre para acogérselo. En lugar de darle regaño le hace una
fiesta. En breve, actúa este padre completamente
fuera del ordinario. Representa a Dios
con amor fuera del control, opuesto a todo lo que esperan los hombres.
Se puede
tener una vislumbre de este amor en la segunda lectura. San Pablo describe como era el pecador atroz
cuando perseguía a Cristo despiadadamente.
Sin embargo, Dios tuvo compasión de él por convertirlo en el camino a
Damasco. Se ha hecho no sólo el apóstol
más cumplido en la historia sino, más importante, le concediera la vida
eterna.
De una
manera u otra todos nosotros somos en la misma situación del hijo en la
parábola de Jesús y Pablo en la segunda lectura. Todos nosotros hemos pecado. Todos hemos rehusado a amar a nuestro
prójimo. Todos hemos hecho un acto de
que nos avergonzaría si fuera conocido. Pero
Dios nos ha perdonado de modo que vivamos en su gracia. No deberíamos olvidar nuestros pecados de
modo que pretendamos que somos perfectos.
No deberíamos actuar como el hijo mayor en la parábola que anda resentido
por el amor que su padre muestra a su hermano.
Más bien, que agradezcamos a Dios que no tenemos que llevar vergüenza por
nuestros pecados y que compartamos con el pecador nuestro entendimiento.
El papa
Francisco nos ha enseñado el modo de San Pablo y de todos discípulos de
Jesucristo. Él no se presenta como santo
pródigo como Teresa de Calcuta. Más bien
se reconoce a sí mismo como pecador digno de sospecho. A la misma vez nos aparece como hombre de la
alegría porque Dios se le ha acogido con Su amor prodigioso. Dios nos hará igual a cada uno de nosotros
cuando nos recordemos que somos pecadores y nos volvamos a Él. Dios nos amará con amor prodigioso.
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