VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO
(Amós
6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)
“El
diablo puede citar la Escritura por su propósito” – escribe Shakespeare. El evangelio lo ve haciéndolo. Satanás lleva a Jesús a la parte más alta del
templo. Le tiente a arrojarse con la
frase bíblica: “’Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte…’” Por esta misma razón, no debería sorprendernos
cuando los fariseos distorsionan las
Escrituras por sus propósitos malos.
El
evangelio del domingo pasado nos dejó con las palabras de Jesús que nadie puede
servir a Dios y al dinero. Sigue este
verso un comentario sobre los fariseos.
Dice el evangelio: “A los fariseos les gustaba mucho el dinero. Por eso, cuando escucharon todo lo que Jesús
decía, se burlaron de él”. En el pasaje
hoy Jesús responde a estas críticas de parte de los fariseos con la historia
del rico y el pobre.
El rico
lleva ropa fina y come manjares exquisitos todos los días. Pero no es por eso que se encuentra en el
lugar de tormentos cuando muere. Más
bien su pecado fue que desconoció al mendigo Lázaro que quedaba en su puerta
todos los días. A lo mejor el rico lo
pensaba como disoluto. Hubiera citado el
Salmo 37 que dice: “Yo fui joven, y ya soy viejo, pero nunca vi desamparado al
hombre bueno ni jamás vi sus hijos pedir
limosna”. Por supuesto, el rico no se
molesta a sí mismo para saber qué tipo de persona era el mendigo. Es como muchas
personas hoy en día piensan de cada indigente que ven. Concluyen que el pobre no tiene dinero porque
le falta la virtud.
Tenemos
que reconocer que demasiadas veces los niños viven en pobreza porque sus padres
se han separado. Si estuvieran echando
esfuerzos juntos, a lo mejor podrían proveer pan y frijoles para su
familia. Pero hay familias donde los
padres no tienen bastantes horas de trabajo o casas para limpiar para proveer
los requisitos de sus niños en escuela. Es
sólo por la gracia de una tía soltera o una pareja sin hijos que responden a su
apuro con generosidad que puedan mantenerse.
En la
primera lectura el profeta Amós regaña a los ricos. Dice que se acomodan en casas lujosas
mientras sus paisanos sufren desgracias.
Jesús dirigiría a los fariseos los pasajes como esto que se encuentran
en varias partes de la Biblia. Pero los
fariseos y sus contrapartes en tiempos modernos no los aceptarían. Dirían que la Biblia dice muchas cosas y
¿cómo se sabe si que les aplican a ellos?
¿Los harían caso si los atestigua un resucitado de la muerte? Esto es lo que pide el rico en la
historia. Quiere que Lázaro vaya a
advertir a sus hermanos de la urgencia a socorrer a personas experimentando la miseria. Pero Abraham tiene razón cuando dice que
no. Como los fariseos no aceptarán las
enseñanzas de Jesús cuando los apóstoles lo prediquen resucitado de la muerte, los
hermanos del rico jamás creerán el testimonio de Lázaro.
Una vez
dos escritores tenían una conversación.
Uno dijo al otro que hay una diferencia entre los ricos y los pobres.
“Sí – respondió el otro – el dinero”. El
segundo escritor dijo lo obvio, pero el primero tuvo razón. Muchas veces a los pobres les faltan la educación, la confianza, y la
concentración aún más que la plata.
Puede ser difícil suplir estas cosas porque a menudo los pobres no
participan regularmente en comunidades.
Sin embargo, Jesús parece explícito en su enseñanza. Si no hacemos esfuerzos para ayudar a los pobres
en nuestro medio, no somos discípulos suyos.
Podríamos citar el evangelio día y noche, pero todavía no somos
discípulos suyos.
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