El domingo, 12 de febrero de 2017

EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)

Esta semana nos fijamos en el corazón.  Pues el martes celebramos el Día de San Valentino.  El evangelio hoy también nos da razón para contemplar lo que se ha considerado como la sede de las emociones.  Presenta a Jesús dándonos las pautas para configurar nuestros corazones con lo suyo.

Muchos piensan en Jesús casi como un hippie.  Lo imaginan con pelo largo, llevando sandalias, y predicando la paz y la libertad.  Pero esto no es el retrato de Jesús que tenemos en el pasaje de hoy.  Lo vemos más claramente como un rey proclamando su voluntad para el pueblo.  No rechaza leyes.  Más bien las levanta como necesarias para evitar desvíos peligrosos del camino.  Pero más importante Jesús hace hincapié en la reforma del corazón humano.  Insistirá que hagamos varios cambios en nuestro modo de juzgar para vivir con la justicia.

La primera reforma del corazón que Jesús manda es que nos reconciliemos con nuestros adversarios.  Dice que no es suficiente que no matemos a nuestros enemigos; tenemos que buscarlos con la paz en cuenta. Para llevar a cabo este mandamiento, necesitaremos reemplazar el orgullo con la humildad.  Los malasios tienen una costumbre que puede ser formativa en la búsqueda de la reconciliación.  Al día festivo después de triente días de ayuno se acogen a uno y otro diciendo: “minta ma’af”.  Este término significa “pido perdón”.  Normalmente no se da el motivo de la petición.  La práctica reconoce cómo podemos ofender a los demás tanto inconsciente como conscientemente. 

Después de mandar la reconciliación Jesús se refiere a un grupo particularmente agraviado.  Insiste que los hombres no vean a las mujeres como objetos de deseo animal.  Dice que no es suficiente que no tengamos relaciones con otras mujeres.  Tenemos que valorar a todas como personas iguales en dignidad.  Por supuesto el reto incluye rechazar pensamientos lujuriosos.  Una vez dos monjes caminaban por el campo.  Llegaron a un río donde encontraron a una joven bella que quería cruzar el río pero no podía resistir el corriente.  El monje mayor la tomó en sus brazos y la llevó a la otra orilla.  Cuando llegaron allá la dejó y los dos monjes siguieron en su camino.  Esa noche el monje menor preguntó a su compañero como podría tocar a la joven por tanto tiempo sin tener lujuria.  El mayor le respondió: “Mi hermano, la tomé en mis brazos en una orilla y la dejé en la otra.  Entretanto tú la tomaste en tu mente y nunca la soltaste”.

Otra reforma del corazón necesaria tiene que ver con nuestro modo de hablar.  Tenemos que decir la verdad cuando sea conveniente y cuando no sea.  No es suficiente que no mintamos sólo bajo juramento.  De hecho, según Jesús, no hemos de jurar nunca.  Un hombre trabajaba por años para proveer por  su familia.  No era rico pero sí poseía una casa y algunos otros recursos.  Vino el día en que necesitaba la atención de un asilo.  La familia consideraba poner todos los recursos de su padre en el nombre de un hijo para que pudiera aprovecharse del auxilio público para los indigentes.  Pero decidió que no, que habría sido una mentira.  


“Danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar” cantamos.  En realidad estamos pidiendo una reforma de nuestro corazón actual.  Queremos en primer lugar que el Señor nos engrandezca la capacidad del corazón para respetar a todos.  Queremos también que Él nos fortalezca la voluntad, a menudo asociada con el corazón, para superar los vicios: el orgullo, la lujuria, y la mentira. Es nuestro reto hoy y siempre: respetar a todos y superar los vicios.

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