EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico
15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)
Esta
semana nos fijamos en el corazón. Pues
el martes celebramos el Día de San Valentino.
El evangelio hoy también nos da razón para contemplar lo que se ha
considerado como la sede de las emociones.
Presenta a Jesús dándonos las pautas para configurar nuestros corazones
con lo suyo.
Muchos
piensan en Jesús casi como un hippie. Lo
imaginan con pelo largo, llevando sandalias, y predicando la paz y la
libertad. Pero esto no es el retrato de
Jesús que tenemos en el pasaje de hoy.
Lo vemos más claramente como un rey proclamando su voluntad para el
pueblo. No rechaza leyes. Más bien las levanta como necesarias para
evitar desvíos peligrosos del camino. Pero
más importante Jesús hace hincapié en la reforma del corazón humano. Insistirá que hagamos varios cambios en
nuestro modo de juzgar para vivir con la justicia.
La
primera reforma del corazón que Jesús manda es que nos reconciliemos con
nuestros adversarios. Dice que no es
suficiente que no matemos a nuestros enemigos; tenemos que buscarlos con la paz
en cuenta. Para llevar a cabo este mandamiento, necesitaremos reemplazar el
orgullo con la humildad. Los malasios
tienen una costumbre que puede ser formativa en la búsqueda de la
reconciliación. Al día festivo después
de triente días de ayuno se acogen a uno y otro diciendo: “minta ma’af”. Este término significa
“pido perdón”. Normalmente no se da el
motivo de la petición. La práctica
reconoce cómo podemos ofender a los demás tanto inconsciente como
conscientemente.
Después
de mandar la reconciliación Jesús se refiere a un grupo particularmente
agraviado. Insiste que los hombres no
vean a las mujeres como objetos de deseo animal. Dice que no es suficiente que no tengamos
relaciones con otras mujeres. Tenemos
que valorar a todas como personas iguales en dignidad. Por supuesto el reto incluye rechazar
pensamientos lujuriosos. Una vez dos
monjes caminaban por el campo. Llegaron
a un río donde encontraron a una joven bella que quería cruzar el río pero no
podía resistir el corriente. El monje mayor
la tomó en sus brazos y la llevó a la otra orilla. Cuando llegaron allá la dejó y los dos monjes
siguieron en su camino. Esa noche el
monje menor preguntó a su compañero como podría tocar a la joven por tanto
tiempo sin tener lujuria. El mayor le
respondió: “Mi hermano, la tomé en mis brazos en una orilla y la dejé en la
otra. Entretanto tú la tomaste en tu
mente y nunca la soltaste”.
Otra
reforma del corazón necesaria tiene que ver con nuestro modo de hablar. Tenemos que decir la verdad cuando sea conveniente
y cuando no sea. No es suficiente que no
mintamos sólo bajo juramento. De hecho,
según Jesús, no hemos de jurar nunca. Un
hombre trabajaba por años para proveer por
su familia. No era rico pero sí
poseía una casa y algunos otros recursos.
Vino el día en que necesitaba la atención de un asilo. La familia consideraba poner todos los recursos
de su padre en el nombre de un hijo para que pudiera aprovecharse del auxilio
público para los indigentes. Pero
decidió que no, que habría sido una mentira.
“Danos
un corazón grande para amar, fuerte para luchar” cantamos. En realidad estamos pidiendo una reforma de
nuestro corazón actual. Queremos en
primer lugar que el Señor nos engrandezca la capacidad del corazón para
respetar a todos. Queremos también que Él
nos fortalezca la voluntad, a menudo asociada con el corazón, para superar los
vicios: el orgullo, la lujuria, y la mentira. Es nuestro reto hoy y siempre:
respetar a todos y superar los vicios.
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