EL OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)
La mujer
creció pobre. Vino de una familia minera
en Nuevo México. No obstante, tuvo la
oportunidad para estudiar a la universidad.
Mientras ensenaba escuela después su graduación, encontró a su esposo,
un hombre de negocios. Su familia
prosperó siempre cerca de la Iglesia. Cuando
se jubiló, la mujer se dedicó tiempo a ayudar a una comunidad de mujeres pobres
al otro lado de la frontera con México. Porque
no tenía dificultad identificarse con los pobres, sorprendió a sus amigos
cuando les dijo: “He estado pobre y he estado rica. Créanme, es mejor estar rica”.
¿Quién puede
echarle la culpa? Al menos si por decir
“ser rico” estamos hablando de tener la suficiencia para dar de comer a su
familia y proveerle algunas de las finezas de la vida. Sin embargo, Jesús advierte a sus discípulos en
el evangelio: “’No pueden ustedes servir a Dios y al dinero’”. Jesús no está criticando el uso de la plata para
vivir sino la orientación de la vida para ganar y gastarla. Es la vida de aquellos que no piensan en Dios
para agradecerlo y mucho menos en los indigentes para apoyarlos.
Ahora en
los países desarrollados hay en debate acerca de los refugiados. Dicen algunos que sólo es humano recibir a
aquellos huyendo sus tierras nativas por el temor de sus vidas. Entretanto otros se oponen el recibimiento de
los refugiados porque, según ellos, amenazan la seguridad de sus países. Se puede aprovechar del evangelio para juzgar
este debate. Sí habla sobre la comida y
el vestido en el evangelio pero fácilmente se puede aplicar estas referencias
al riesgo de aceptar a los refugiados.
Diría: “’… busquen primero el Reino de Dios y su justicia…’”, y la
seguridad se les dará por añadidura.
Pensar
en Jesús favoreciendo a los refugiados no niega la responsabilidad de los
gobernantes a investigar cuidadosamente sus historias. No deben ser admitidos a un país si existe un
sospecho creíble que pueden causar daño a la seguridad pública. En otros casos es difícil determinar quién es
un refugiado verdadero. Consideremos a
los muchachos hondureños cuyas madres les mandaron al norte para vivir con sus
parientes. Los narcotraficantes, que
tienen control de sus pueblos, emplearían a estos chicos en el comercio de
drogas. Las madres saben que una vez que
sus hijos se junten con los traficantes o mueren pronto o se convierten en
asesinos. ¿No podría un país grande como
los Estados Unidos dar refugio a estos
muchachos aunque no conformen exactamente a la definición del refugiado?
La
segunda lectura habla de nosotros como “administradores de los misterios de
Dios”. Esta frase indica que sabemos
algo que el mundo ignora. El primer misterio
que llevemos en nuestros corazones tiene que ver con la eficacia del amor. Cuando nos entregamos por el bien de nuestro
prójimo, no disminuimos sino nos fortalecen.
Este es la experiencia de Jesucristo crucificado y resucitado de la
muerte. También es nuestra experiencia
cada vemos que ayudemos a otra persona. ¿No
es que por lo poco que compartamos con los pobres casi siempre recibamos más en
retorno?
Claro
que sí. La razón es que Dios es el
amor. Dice el profeta Isaías en la
primera lectura que Dios tiene aún más amor para nosotros como una madre para
su criatura. Él no va a dejarnos
faltando las necesidades. No tenemos que
preocuparnos; sólo tenemos que hacer su justicia hacia todos.
Deberíamos
estar pensando en la cuaresma que comienza este miércoles. ¿Cómo vamos a demostrar nuestra contrición a
Dios? ¿Vamos a dejar de comer chocolate
y rezar el rosario diariamente? Está
bien pero el mismo profeta Isaías nos prescribe el ayuno que quiere Dios aún
más: “…que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores…”
(Isaías 58). Quiere que levantemos los
yugos de los refugiados.
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