EL SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(Levítico
19:1-2.17-18; I Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48)
El
médico hablaba de un amigo. Dijo que el
hombre había perdido más de mil libras en
su vida. Sin embargo, el hombre
quedó obeso. ¿Cómo podría ser? Por supuesto, el hombre hizo muchas dietas
que bajaron su peso. Pero cada vez que llegó a su objetivo, comió tanto que siempre
recuperara el peso perdido. Entonces
tuvo que comenzar de nuevo. Bueno, en el
evangelio hoy Jesús nos manda a lograr algo más difícil que perder el
peso. Quiere que nos hagamos “perfectos”,
no sólo por un rato sino para siempre. ¿Cómo vamos a cumplir este mandato?
Para
responder a la pregunta tenemos que averiguar de qué consiste la
perfección. Jesús acaba de describir
seis retos que van más allá de las exigencias de la ley judía. Su propósito es decir que quienquiera supere estos retos llegará a la perfección. En el
evangelio del domingo pasado escuchamos los primeros cuatro retos. Ahora tenemos los últimos dos. En primer lugar no debemos resistir al hombre
malo. Como si esto no fuera suficientemente difícil, también tenemos que amar a
nuestros enemigos. Ya nos parece
realmente más allá de nuestras capacidades.
Pero antes de que nos demos por vencidos, que miremos más al fondo lo
que Jesús está exigiendo.
Nos
preocupamos del mandato de no resistir al hombre malo particularmente cuando pensamos
en la guerra nacional. Tememos que Jesús
pida que nos rindamos delante de una invasión de un ejército extranjero. Pero esto no es el caso. Jesús ocupa ejemplos de afrentas individuales,
no de ataques con armas. Dice que
tenemos que dar nuestro abrigo al otro cuando nos pida la chaqueta o caminar dos
millas cuando nos solicite acompañarle una milla. Sería injusto a nuestros paisanos, nuestras
familias y nosotros mismos si no nos defendemos de agresores. Pero ¿estamos listos para ceder nuestro
abrigo si nos lo pide? Si juzgamos que realmente se lo necesita, que recemos
por el valor para entregárselo.
Independiente
de si le regalamos nuestro abrigo, Jesús manda que amemos al enemigo. No tiene en cuenta sentimientos tiernos aquí sino
la voluntad de ayudar al otro. Ciertamente
nos cuesta ofrecer la ayuda a un extranjero que posiblemente nos haga malo. Una
vez un viajero blanco de otro estado tenía problemas con su coche nuevo. Por casualidad se encontró con un mecánico,
un negro, en una tienda a las doce de la noche.
Al escuchar su problema el mecánico tenía el coche remolcado a su
taller. El próximo día el mecánico
arregló el coche y cargó al viajero sólo para el remolque y los repuestos. Esto
es el amor que Jesús espera de nosotros.
La
primera lectura habla de la necesidad que seamos santos como Dios. Es semejante a la conclusión del evangelio:
“’Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto’”. ¿Entonces es ser santo igual a ser perfecto?
La respuesta depende de lo que
significamos por decir, “ser santo”. Si
significamos pasar todo el día en el templo rezando, a lo mejor no. Pero a su raíz la santidad quiere decir quedar aparte, no contaminado por los
vicios de los demás. Es vivir sin mentir,
sin codiciar cosas ajenas, y sin odiar a nadie.
Ya las dos cualidades – ser santo y ser perfecto -- confluyen. De hecho, no hay diferencia entre los verdaderamente
santos y los verdaderamente perfectos.
Queda la
pregunta: ¿Cómo podemos superar los retos para hacernos perfectos o, si se
prefiere, santos? Se ve la clave en la
segunda lectura. Dice que tenemos que
dejar los criterios de este mundo – el placer, el poder, y la plata – para
atender al Espíritu Santo. El Espíritu
reside en la iglesia, no en las actitudes pomposas que a veces topamos allá,
sino en las personas abnegadas que encontramos con frecuencia. Al colaborar con estas personas nos
disponemos al Espíritu. También el
Espíritu nos toca a través de la palabra de Dios que la Iglesia nos proporciona.
En las
universidades norteamericanas el índice de la perfección es “cuatro punto
cero”. Significa que el estudiante ha
sacado las notas más altas en todas sus materias. Es semejante a lo que nos exige Jesús en el
evangelio. Quiere que seamos perfectos
por sacar las notas más altas en todos aspectos de la vida: decir la verdad, no
codiciar a cosas ajenas, y amar a todos.
Ciertamente nos forma un gran reto, pero el Espíritu Santo nos ayuda superarlo.
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