EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO.
(Isaías
61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)
Hoy, el
tercer domingo de Adviento, tiene nombre propio. Se llama Gaudate
de una palabra latín que significa alégrense. Se puede encontrar el tema de alegría en ambas
la oración colecta al principio de la misa y la segunda lectura. Se dice que deberíamos alegrarnos porque la
espera para la Navidad ya es medio terminada.
Pero, más profundamente, la alegría
es un planteamiento básico del cristiano. Pues el Señor Jesús, que conquistó el pecado
y la muerte, nos prometió que vendría para premiarnos por los actos de caridad. Ya lo esperamos con confianza alegre.
Durante
Adviento podemos apuntar a tres figuras que caracterizan el tiempo. Primero hay el profeta Isaías cuyo libro
domina las lecturas del Antiguo Testamento por estas cuatro semanas. Entonces la Virgen María hace un gran
papel. No sólo celebramos dos fiestas de
ella durante Adviento sino también la encontramos en una manera particular en las
misas los días antes de la Navidad. Finalmente,
Juan el Bautista ronda como un pregonero anunciando el tema del tiempo. Vale la
pena explicar más a estos tres personajes con atención al valor particular de
este tiempo que cada uno nos imparte.
El libro
del profeta Isaías contiene las obras de al menos tres personas. La primera profetizó en Jerusalén siete
siglos antes de Cristo. Previó la gran
paz al final de los tiempos cuando todas las naciones “de las espadas forjarán
arados y de las lanzas podaderas”. La segundo, llamado “Deutero-Isaías” escribió
desde Babilonia donde se exiliaron muchos judíos en el sexto siglo antes de
Cristo. Como escuchamos el domingo
pasado Dios le mandó que consolara a su pueblo esperando el regreso a
Jerusalén. El último profeta Isaías, o
“Tercer Isaías”, podría haber sido un grupo que animó al pueblos en los días
difíciles después de su regreso. Hemos escuchado
sus palabras en la primera lectura hoy: “El espíritu del Señor… me ha enviado
para anunciar la buena nueva a los pobres…”
Los Isaías nos despiertan la esperanza.
Nos aseguran que los fieles no van a ser desilusionados una vez que
venga el Mesías.
Siempre en
la primera parte de Adviento celebramos las fiestas de la Inmaculada Concepción
de María y de Nuestra Señora de Guadalupe.
La primera celebración nos sugiere la necesidad del Mesías que
esperamos. Pues la concepción inmaculada
de María fue un evento singular en la historia.
Todos los demás seres humanos hemos vivido bajo del peso de pecado,
excepto a Jesús por supuesto. La Virgen
de Guadalupe simboliza el socorro particular de Dios a los marginados. Su
presencia en el cerro Tepeyac indica que nadie va a quedarse fuera del Reino
simplemente porque es pobre o indígena o lastimado. Como María espera dar a luz a Jesús, ella
comparte con nosotros toda la alegría de una joven encinta con su primer hijo.
Juan
sirve un papal doble. En primer lugar es
el gran profeta del desierto llamando a la gente al arrepentimiento. Hay testimonio de él no sólo en los
evangelios cristianos sino también en otros documentos del tiempo. Sin embargo,
cuando examinamos sus palabras, se presenta a sí mismo como humilde, al menos
en comparación con el Mesías a quien anuncia como cerca. Dice en el evangelio hoy: “…viene detrás de
mí, (uno) a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus
sandalias”. Por su servicio y por su
humildad Juan nos enseña el modo propio para esperar a Jesús.
Este año
el tiempo de Adviento es el más corto posible.
Tenemos sólo tres semanas y un día para prepararnos a recibir a
Jesús. Sin embargo, no es la cantidad de
tiempo que valga tanto como la calidad de nuestra espera. Si miramos la venida de Jesús con la
esperanza que va a aliviarnos del pecado y la muerte, si mantenemos la alegría de
ser hijas e hijos de Dios venga lo que venga, y si servimos a los necesitados
en la solidaridad, entonces estaremos bien.
Podremos acogernos a Jesús con brazos abiertos. Y él nos llenará con la vida eterna.
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