EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO
(Levítico
13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1: Marcos 1:40-45)
Indudablemente
han oído ustedes que la lepra del evangelio no es como la lepra que conocemos
hoy en día. Ahora la lepra – la
enfermedad Hansen -- afecta los nervios y la piel causando gránulos feos. Por falta de la función de los nervios los
leprosos a menudo dañan los dedos. Aunque
sea atroz, se puede curar la lepra con medicinas. De hecho, ya los casos de la lepra son relativamente
pocos.
En el
tiempo bíblico el término “la lepra” significaba enfermedades de la piel más
genéricas. Sea la enfermedad Hansen o
sea un sarpullido común, la lepra causaba
mucha congoja entre la gente. La
dificultad era de dos tipos. En primer
lugar las enfermedades de la piel siempre han sido contagiosas. Se ha podido contraer la lepra simplemente
por asociarse con en leproso. Por esta
razón los leprosos eran aislados y no podían relacionarse ni con sus propios
familiares. La soledad que sentían los leprosos creaba la segunda
dificultad. La gente les tenía
miedo. Si por casualidad otra persona
tocaría a un leproso, también él se puso inmundo. Por eso, la acción de Jesús en el evangelio hoy
causaría un escándalo si se hubiera conocido.
Pero no
por esta razón Jesús manda al leproso curado que no diga nada a nadie. Más bien Jesús ha venido para rescatar al
mundo de sus pecados por su muerte en la cruz.
El tiempo para su pasión todavía no ha llegado, y él no quiere que nada
lo estorbe cuando llegue. No le
interesaba a Jesús ser coronado como el rey del pueblo. No, él quiere ver al pueblo liberado del
pecado de modo que anden con el amor.
Ahora
podemos entender el verdadero significado de la lepra. Es el pecado que nos ata a actitudes y
acciones destructivas. Como la lepra el
pecado nos hace feos por el espíritu. En
tiempo la gente no va a compartir abiertamente con nosotros causando el sentido
de aislamiento. Una persona queda en el
hospital ahora miserable. Por toda su
vida insistía que las otras personas se conformaran a su manera de ver las
cosas. Pero ya no puede mandar a sus
familiares y amigos. Ha hecho cosas buenas en su vida, pero perece que ya paga
por su voluntad imperativa.
El
miércoles vamos a comenzar un tiempo dichoso en la vida católica. Tendremos
cuarenta días para reconocer nuestros pecados y pedir la liberación que Jesús
ofrece. Es cierto que podríamos hacer
esto todos los días del año. Pero por siete
semanas vamos a escuchar la voz fuerte de la Iglesia llamándonos al
arrepentimiento. En el mundo hoy muchos
andan de manera frenética de modo que se olviden quienes son. Ya Dios nos llama al conocimiento que somos
Suyos, no feos sino bellos en su vista. Por arrepentirnos de nuestros pecados nos
reclamamos como bellos en su vista.
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