EL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
(II
Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)
"El
pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla". A lo mejor todos hemos oído este dicho. Se usa para motivarnos a estudiar. Pero a veces parece que no aprendemos nada
por nuestros estudios. Pues la historia
del mundo puede contarse como una serie de caídas de la virtud a la ruina de la
nación. Ciertamente es el caso en la
historia de Israel.
La
primera lectura corre sobre la historia de la monarquía de Judá. Dice que desde la división de Israel en los
dos reinos, los judíos en el sur trasgredieron la Ley de Dios. Según la lectura, los judíos se burlaron de los
profetas que Dios mandó para corregir sus errores. Por eso el Señor envió a los caldeos a
destruir Jerusalén y llevarse a los habitantes a Babilonia. Estuvieron como cautivos allá setenta años antes
de que el Señor nombrara al rey de Persia a liberarlos. Entonces volvieron a su patria con grandes
ilusiones pero en tiempo cometieron los mismos pecados.
No
obstante Dios siempre se ha probado misericordioso con Su pueblo. En la segunda lectura el autor se enfoca en Su
gran compasión no sólo a los judíos sino también a los no judíos. La Carta a los Efesios da testimonio a
Jesucristo como el salvador de los dos pueblos.
Dice que Jesús ha liberado a los judíos de la esclavitud a la Ley como
sistema represiva. A los no judíos Dios les
ha mostrado aún más misericordia. Por
Jesucristo se les han perdonado sus muchas culpas y los ha injertado en Su
pueblo Israel. Ellos ya tienen la misma
herencia eterna como sus mayores en la fe.
El
pasaje evangélico hoy sirve como un resumen de las primeras dos lecturas. Presenta a Nicodemo como el representante de
los judíos. Este hombre viene por la
noche para aprender de Jesús. Este
detalle es significativo porque el evangelio asocia la noche con la maldad. Como los judíos tanto después como antes del
exilio en Babilonia, Nicodemo tiene que corregirse. Jesús puede enseñar a Nicodemo porque es la luz
que despeja las tinieblas. Esta luz luce
particularmente cuando se levanta Jesús en la cruz. Por negarse a sí mismo sin quejas ni reproches
Jesús cumple el plan de Dios Padre para salvar al mundo. La
persona, sea judío o no judío, que reconozca su muerte como el acto supremo del
amor de Dios es salvada. La persona que quede
indiferente ante ella o se burlen de ella, queda en las tinieblas para siempre.
Vivimos
en tiempos cuando la práctica de la fe cristiana está disminuyendo. Particularmente los jóvenes no ven la
necesidad de cultivar las virtudes cristianas, mucho menos asistir en el
culto. Más bien ven a muchos cristianos
en los mismos errores de egoísmo y odio que caracterizan el pueblo judío en la
primera lectura. Otros no practican la fe
por motivos más ordinarios. Ven el
propósito de la vida en ganar dinero para disfrutarse de las cosas que
compre.
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