DOMINGO DE RAMOS
(Isaías
50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)
Una
figura misteriosa en la historia de Israel aparece en la segunda parte del
libro del profeta Isaías. Llamado el
“Siervo Doliente”, este personaje sufre ambos atroz e inocentemente. Se presume
que sus dolores tienen que ver con la expiación de los pecados del pueblo. Sin embargo, no es identificado. Los judíos opinan que es Job o posiblemente
una persona colectiva para todos los exiliados judíos en Babilonia. Nosotros cristianos no tenemos duda quien
sea. Pues sus dolores cuadran bien con
el sufrimiento de Jesús en su Pasión.
Hay
cuatro pasajes describiendo al Siervo Doliente.
Hemos escuchado parte de uno en la primera lectura hoy. Las primeras lecturas de la misa mañana,
martes, y miércoles, y en el servicio del Viernes Santo dan lo demás de lo que
está escrito sobre él. Se puede enseñar
la correspondencia entre esta figura y Jesús en cada pasaje, pero basta
mostrarla en las lecturas de hoy.
El Siervo
afirma que Dios le ha dado una lengua para confortar a los abatidos. En el evangelio Jesús tiene palabras
consolatorias para la mujer que unge sus pies.
Ella no es una tonta que no sepa el valor del perfume. Más bien es tan sabia que reconozca el
sacrificio que hará Jesús para expiar los pecados del mundo.
Sigue el
Siervo por decir que ha escuchado las palabras del Señor indicando su
voluntad. Particularmente en el huerto
de Getsemaní Jesús se muestra atento a lo que Dios tiene en cuenta para
él. Jesús no quiere morirse en la cruz
como un brigante. Reza a su Padre que le
quite esta suerte. Pero al final no esquiva
hacer Su voluntad. Como le dice:
“’Padre,…no se haga lo que quiero, sino lo que tú quieres’”.
El
maltratamiento que Jesús recibe por algunos miembros del sanedrín refleja lo
que dice el Siervo después. Lo golpean, abofetean, aun lo escupen con salivazos.
Tan mal como es este abuso, no es lo peor que recibe Jesús en su pasión. Un batallón entero (seis cientos soldados
romanos) también le golpea de cabeza y le escupe. Se duplica este suplicio por la azota y por la
burla en extremo.
En este
Evangelio según San Marcos la ordalía en la cruz dura por seis horas, un tiempo
más larga que pasa en las otras versiones del Evangelio. El hecho que Jesús podía aguantar tanto
sufrimiento sin desesperarse, sin maldecir a nadie indica la ayuda de Dios
Padre. El Siervo proclama que Dios le
ayuda de modo que no quede avergonzado.
Aunque Jesús muere con el grito de lamento en sus labios, Dios lo ha justificado
ante los hombres. El oscurecer del sol
indica la ira de Dios en lo que acontece.
El rasgar del velo del Templo rindiendo el lugar inútil manifiesta el
rechazo de parte de Dios a los sacrificios de los judíos. Y el comentario del oficial romano – “’De
veras este hombre era Hijo de Dios’” – muestra la identidad verdadera de Jesús.
Cuando identificamos
al Siervo Doliente con Jesús, no queremos decir que no hubo nadie en el tiempo
del Segundo Isaías que sufrió por el bien del pueblo. Sólo afirmamos que su historia corresponde
bien con la de la pasión de Jesús.
Nuestro planteamiento es siempre que Jesús cumplió las enseñanzas de los
profetas. Era judío que murió por su pueblo.
Porque Dios escogió ese pueblo para llamar a todos los demás a sí mismo,
acreditamos a Jesús con la salvación del mundo. Por eso, lo seguimos con todo
corazón.
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