El domingo, 25 de marzo de 2018


DOMINGO DE RAMOS

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)


Una figura misteriosa en la historia de Israel aparece en la segunda parte del libro del profeta Isaías.  Llamado el “Siervo Doliente”, este personaje sufre ambos atroz e inocentemente. Se presume que sus dolores tienen que ver con la expiación de los pecados del pueblo.  Sin embargo, no es identificado.  Los judíos opinan que es Job o posiblemente una persona colectiva para todos los exiliados judíos en Babilonia.  Nosotros cristianos no tenemos duda quien sea.  Pues sus dolores cuadran bien con el sufrimiento de Jesús en su Pasión.

Hay cuatro pasajes describiendo al Siervo Doliente.  Hemos escuchado parte de uno en la primera lectura hoy.  Las primeras lecturas de la misa mañana, martes, y miércoles, y en el servicio del Viernes Santo dan lo demás de lo que está escrito sobre él.  Se puede enseñar la correspondencia entre esta figura y Jesús en cada pasaje, pero basta mostrarla en las lecturas de hoy.

El Siervo afirma que Dios le ha dado una lengua para confortar a los abatidos.  En el evangelio Jesús tiene palabras consolatorias para la mujer que unge sus pies.  Ella no es una tonta que no sepa el valor del perfume.  Más bien es tan sabia que reconozca el sacrificio que hará Jesús para expiar los pecados del mundo.

Sigue el Siervo por decir que ha escuchado las palabras del Señor indicando su voluntad.  Particularmente en el huerto de Getsemaní Jesús se muestra atento a lo que Dios tiene en cuenta para él.  Jesús no quiere morirse en la cruz como un brigante.  Reza a su Padre que le quite esta suerte.  Pero al final no esquiva hacer Su voluntad.  Como le dice: “’Padre,…no se haga lo que quiero, sino lo que tú quieres’”.

El maltratamiento que Jesús recibe por algunos miembros del sanedrín refleja lo que dice el Siervo después. Lo golpean, abofetean, aun lo escupen con salivazos. Tan mal como es este abuso, no es lo peor que recibe Jesús en su pasión.  Un batallón entero (seis cientos soldados romanos) también le golpea de cabeza y le escupe.  Se duplica este suplicio por la azota y por la burla en extremo.

En este Evangelio según San Marcos la ordalía en la cruz dura por seis horas, un tiempo más larga que pasa en las otras versiones del Evangelio.  El hecho que Jesús podía aguantar tanto sufrimiento sin desesperarse, sin maldecir a nadie indica la ayuda de Dios Padre.  El Siervo proclama que Dios le ayuda de modo que no quede avergonzado.  Aunque Jesús muere con el grito de lamento en sus labios, Dios lo ha justificado ante los hombres.  El oscurecer del sol indica la ira de Dios en lo que acontece.  El rasgar del velo del Templo rindiendo el lugar inútil manifiesta el rechazo de parte de Dios a los sacrificios de los judíos.  Y el comentario del oficial romano – “’De veras este hombre era Hijo de Dios’” – muestra la identidad verdadera de Jesús.


Cuando identificamos al Siervo Doliente con Jesús, no queremos decir que no hubo nadie en el tiempo del Segundo Isaías que sufrió por el bien del pueblo.  Sólo afirmamos que su historia corresponde bien con la de la pasión de Jesús.  Nuestro planteamiento es siempre que Jesús cumplió las enseñanzas de los profetas. Era judío que murió por su pueblo.  Porque Dios escogió ese pueblo para llamar a todos los demás a sí mismo, acreditamos a Jesús con la salvación del mundo. Por eso, lo seguimos con todo corazón.

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