EL PRIMER DOMINGO DE PASCUA
(Marcos
16:1-7)
En la
Carta a los Romanos San Pablo resalta el bautismo como participación en la
muerte y resurrección de Cristo. Habla
de la sumersión en el agua como el bajar de la persona en el sepulcro de
Jesús. No escribe nada de un verter del
agua para lavar el pecado. No, para
Pablo el bautismo es más como un huracán que un baño. Le rinde al bautizado completamente muerto al
pecado. Entonces se experimenta un nuevo
arranque de la vida para que haga obras de caridad. Se puede distinguir el
mismo movimiento del pecado a la acción caritativa en el evangelio hoy.
Las
mujeres caminan al sepulcro de Jesús para servirlo una vez final. Se preguntan quién les quitará la piedra
tapando la tumba. Acudiendo al templo hoy
nosotros también llevamos una duda. Ciertamente
es bueno que asistamos en la misa el Domingo de Pascua, pero ¿realmente queremos
servir al Señor con todo corazón? Este
servicio comprende no sólo la oración sino también evitar lo malo y hacer lo
bueno. No será fácil pero tampoco será imposible con la ayuda de la gracia.
Como el
sol calorosa en la primavera anima a los agricultores, la promesa de la Pascua
nos mueve adelante con nuestro proyecto de servir. Sabemos que al obtener la vida eterna sería
maravillosísimo. Entonces experimentamos
de nuevo la inquietud. La vida cristiana
comprende un rechazo de la gloria del mundo.
No nos permite buscar en primer lugar los piropos de los demás y nada de
los placeres ilícitos. Más bien como
seguidores de Jesús esta vida nos compromete al bien de los marginados, de la
comunidad y del mundo entero. Hay un
sentido de este reto en el evangelio cuando dice que las mujeres se llenan de
miedo descendiendo en el sepulcro de Jesús.
Sería suficiente encontrar el cadáver del Señor para embalsamarlo y
dejarlo en paz. Pero en lugar de su
cuerpo encuentran un mandato que exige mucho más esfuerzo.
El ángel
les manda a reportar a los discípulos que Jesús ha resucitado. Tienen que recuperar las fuerzas para contar
a un grupo de hombres algo inaudito. A
lo mejor los discípulos se les reirán de ellas como si fueran ilusionadas. Este reto se nos ha pasado a nosotros. Somos para contar al mundo de la resurrección
del Senos Jesús. Este mensaje contradice
la idea que el hombre es sólo un centro de pasiones que vive un día y muere el
próximo. Más bien si es la verdad la
resurrección, la persona humana es un ser destinado a vivir para siempre con el
Creador de todo ser. Sin embargo, este
destino no es asegurado sino tiene que ser ganado por una vida en conforme con
la bondad del Creador. Por esta razón
predicamos la resurrección tanto con obras de caridad como con palabras.
Seguimos
adelante a Galilea donde Jesús primero proclamó el Reino de Dios con palabras y
obras. Este lugar es simbólico por
nuestros paraderos donde hemos de manifestar el amor de Jesús. Como el ángel promete a los discípulos, vamos
a encontrar a Jesús en este ministerio.
Estará en los necesitados que ayudemos.
Estará en nosotros y en los compañeros que nos ayudan. Y sobre todo estará en la Eucaristía que nos
fortalece en la misión.
Este año
pasado Puerto Rico ha experimentado un huracán fatal. Dejó a muchos muertos y a muchos más en gran
necesidad. Pero por la ayuda del
extranjero y por el empeño propio del hombre para sobrevivir, el huracán se ha
transformado en una fuente de esperanza.
Se espera ya en Puerto Rico un arranque nuevo no sólo de la economía
sino también del espíritu para ayudar al prójimo. Esto es en miniatura el significado de la
Pascua. Nos hemos rendido muertos al
pecado y la muerte. Ya vivimos más
fuertes que nunca. Vivimos con el
propósito nuevo para obtener la vida eterna por obras del amor.
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