EL TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO
(Daniel
12:1-3; Hebreos 18:11-14.18; Marcos 13:24-32)
Siguen
viniendo. Siete mil personas – hombres,
mujeres, y niños – están en marcha. Por
la mayor parte son hondureños. Pero hay
guatemaltecos, y probablemente salvadoreños y mexicanos también. Están atravesando México con miras a la frontera con el
EEUU. Allá van a declararse como
refugiados. ¿Quién puede negar que han
experimentado la violencia en sus pueblos? Son personas perseguidas aunque no
es cierto que puedan convencer a los jueces americanos de sus casos. De todos modos son como las gentes en las
tres lecturas de la misa hoy.
En la
primera lectura el “tiempo de angustia” refiere a la persecución de los judíos
en el segundo siglo antes de Cristo. Entonces
los griegos regían a Israel. Trataron a
convertir a los judíos al paganismo por fuerza.
Aunque no se sabe quién la escribió, se presume que los dirigidos de la
Carta a los Hebreos eran cristianos judíos.
A lo mejor no estaban perseguidos por una fuerza exterior sino por las
dificultades de vivir la fe en el mundo.
No obstante, el autor identifica estas pruebas como hombres cuando dice que
Cristo está aguardando “a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies”.
El
evangelio narra la predicción de Jesús sobre la persecución de sus discípulos
en el tiempo venidero. Cuando dice que
será “gran tribulación”, los cristianos del primer siglo tendrán en cuenta varios
crímenes del imperio romano. Cuando el
emperador acusó falsamente a los cristianos de poner fuego a Roma, creó una reacción
atroz entre la gente. San Pedro y San
Pablo entre muchos otros cristianos fueron martirizados. También, las turbas ahuyentaron a muchas
cristianos de la ciudad.
Las
persecuciones contra la Iglesia no han cesado hasta el día hoy. Hace unos años el Estado Islámico publicó en
el Internet un video mostrando el degollar de trientes hombres cristianos. Ahora los radicales en Pakistán están
insistiendo que una cristiana sea ejecutada por supuestamente blasfemando al
profeta Mohamed aunque la Corte Suprema allá le ha declarado inocente. Sí es la verdad que la mayoría de los
cristianos en el mundo no tienen que preocuparse de la pérdida de vida. Sin embargo, a menudo enfrentan la persecución
de modos más sutiles.
Por
ejemplo, algunos diputados no pueden votar con su consciencia sobre el aborto
por miedo de perder el apoyo de su partido político. También, muchos jóvenes entran en guerra
contra sus conciencias por miedo de perder una experiencia considerada
buena. Los medios masivos les hacen
sentir como desvalidos si no tienen relaciones antes de casarse. Aun los trabajadores están perseguidos. Puede ser por un jefe que siempre les corrige
aun cuando hacen todo bien. Puede ser por
las palabrotas de compañeros que les quitan la paz. Puede ser por el pago insuficiente para
cubrir las necesidades de la casa. No
saben qué hacer cuando no se oyen sus quejas y no es factible buscar otro
empleo.
En el
evangelio el Señor Jesús promete a sus discípulos que vendrá cuando la
situación parezca no aguantable.
Rescatará a su pueblo de la persecución y terminará sus dolores. Tan cierto como la higuera echa hojas en el
verano, Jesús premiará a sus fieles con la salvación.
Hasta
entonces es de nosotros a seguir luchando.
Pero no deberíamos pensar que estemos en la guerra solos. Pues tenemos el apoyo de Jesús mismo. Él forma a otros fieles mujeres y hombres
para aliviarnos. Él despacha al Espíritu
Santo para iluminarnos a discernir entre lo bueno y lo malo. Sobre todo él nos viene en el sacramento que
ya estamos para recibir. Su Cuerpo nos
dará sustento para resistir las tentaciones.
Su Sangre nos levantará el ánimo para mantener el gozo a pesar de las
dificultades. En el Día de Acción de
Gracias qué no olvidemos a agradecer a Dios por el acompañamiento de Jesús.
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