El domingo, 2 de diciembre de 2018


El Primer Domingo de Adviento

(Jeremías 33:14-16; Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)


No es secreto.  Mucha gente sufre en el mundo hoy.  Entre nosotros los inmigrantes se preocupan de ser devueltos al país de su origen.  Además no pueden visitar con sus familiares.  En el medio oriente los civiles están involucrados en guerras sangrientas.  Este sufrimiento puede estallar en injuria y dolor rápidamente. En Centroamérica los campesinos enfrentan las amenazas continuas de los narcotraficantes y pandillas.  Así viven con la preocupación que sus hijos se metan en la violencia.  Se puede ver conflictos parecidos en las lecturas de esta misa.

En la primera lectura Jeremías está consolando a los jerusalemitas.  Según el profeta, porque han abandonado los mandamientos, Dios les ha entregado en las manos de los babilonios.  Ahora están enfrentando el desmoronamiento de su ciudad y la deportación de mucha población.  A pesar de todo, Jeremías extiende la esperanza que Dios resucite el reino de David.  Cuando lo haga, no habrá más la corrupción sino la justicia en todas partes.

En el evangelio Jesús prevé los fines de tiempo.  Porque el evangelista Lucas escribe después de la destrucción de Jerusalén por los romanos en al año 70, se incluyen en la predicción de Jesús los eventos que tuvieron lugar en el catástrofe.  La gente muere “de terror y de angustiosa espera”.  En medio de este desastre venidero Jesús ofrece a sus discípulos la esperanza.  Dice que él mismo llegará para salvarlos.  Para qué les reconozca, ellos han de evitar “el libertinaje, la embriaguez, y las preocupaciones de esta vida”.  Más bien, tienen que vivir velando y orando continuamente.  En su regreso al mundo Jesús se fijará en sus obras buenas ellos y les rescatará.

Este mensaje realmente no es nuevo.  Unos treinta años antes de Lucas, Pablo escribió a los Tesalonicenses que vivieran con el amor mutuo.  Estaban esperando la venida del Señor pronto.  Sin embargo, no ha venido Jesús en carne y hueso ni en el tiempo de Pablo ni en el tiempo de Lucas hasta el día hoy.  Entretanto las guerras siguen amenazando a los pueblos.  Pero aun si no nos encontramos en medio de bombas y ametralladoras, aun si tenemos los documentos para vivir en esta tierra, no estamos libres de problemas.  Enfermedades, el futuro de los hijos, las dificultades con el trabajo y docenas de otras preocupaciones siempre nos acosan.  Entonces ¿cómo vamos a enfrentar estos apuros?

Sobre todo tenemos que mantener la esperanza en el Señor.  Rezamos a él y guardamos sus mandamientos como signos de nuestra confianza.  Él vendrá definitivamente al final de los tiempos, pero se hace presente ahora en diferentes formas.  Escuchamos su voz en la palabra de Dios.   Tocamos su cuerpo y sangre en el sacramento del altar.  Lo percibimos cuando nos presta la mano otra persona.  En torno deberíamos reconocernos a nosotros mismos como miembros del Cuerpo de Cristo.  Particularmente en este Evangelio de Lucas Jesús exige que hagamos lo que se pueda para aliviar el sufrimiento de los pobres. 

Hoy encendimos la primera velita en la corona de Adviento.  Ella significa mucho a nosotros esperando la venida del Señor al final de los tiempos.  Sobre todo la velita encendida simboliza a Cristo, luz del mundo, que viene para salvarnos  También, la velita representa a todos hombres y mujeres que se encuentran en apuros.  Ellos quieren ser rescatados por el Señor.  Finalmente, la velita encendida es nosotros haciendo lo que se pueda para ayudar a los demás.  Aunque sea pequeña, la velita significa mucho.

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