SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)
De todos
los millones de discursos en la historia de los EEUU pocos han tenido más
impacto que el Discurso de Gettysburg.
Muchos alumnos lo repiten de memoria y la mayoría de los americanos
recuerdan la primera frase. El autor del
discurso era Abrahán Lincoln, el presidente de la republica durante su prueba
más grande: la guerra civil. Como persona
culto él sabía la necesidad de situar un evento en la historia para resaltar su
importancia. Por eso comenzó el Discurso
de Gettysburg: “Hace ocho veintenas y siete años”... Por el mismo motivo el evangelista Lucas presenta
a Juan Bautista en el evangelio hoy de modo semejante. Dice: “En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio…”
Hay
otras comparaciones entre el discurso de Gettysburg y el evangelio que leemos
hoy. Como la guerra civil casi desgarró
los Estados Unidos, Juan predica durante una época de fracaso para Israel. La soberanía de la tierra pertenece a
Roma. Aun cuando era independiente,
Israel fue mal dirigido por sus reyes.
Los judíos no tienen autonomía porque no han vivido justamente. Han abandonado la Ley tanto como los
americanos habían dejado la moral por esclavizar la raza negra.
En el
discurso Lincoln mencionó la esperanza de “un nuevo nacimiento de libertad”. Estaba
proclamando un nuevo comienzo del país.
No más una raza menospreciaría a otra.
Más bien al menos el propósito era que los negros y los blancos caminaran
con la misma dignidad. Asimismo en el
evangelio Juan lleva gran esperanza para Israel. No más los ricos se desconocerían de los
pobres viviendo en su medio. No más los
soldados se aprovecharían de los civiles.
Más bien el mesías vendrá para crear una sociedad que glorifica a Dios
por su apoyo mutuo.
Juan no
se entiende a sí mismo como el mesías de Israel sino el que viene para preparar
su camino. Habla como si fuera peón rompiendo
la tierra para que el agricultor la siembre y cultiva. En este momento ni sabe quién sea el que
viene para establecer el nuevo orden. Aquí
hay una diferencia entre nosotros y Juan.
Nosotros conocemos a Jesús como el salvador con la sabiduría y el poder
de Dios. Él va a volver para recrear la
humanidad de modo que todos vivan en la paz.
Pero en
otro aspecto somos todavía parecidos a Juan.
Como él tenemos que preparar al mundo por la venida de Cristo. Tenemos que romper la dureza del corazón que
vemos en todos lados incluyendo en nosotros mismos. En muchas partes la solidaridad entre la
gente está disminuyendo. Muchas parejas
no quieren casarse sino vivir juntos con cuentas bancarias separadas. Si desean a hijos, los consideran como medios
para cumplir sus propios deseos. En
muchos casos tampoco quieren dar a sus hijos la atención que necesitan para
crecer fuertes, cariñosos, y sabios. Esto
significaría que hagan el compromiso de
no divorciarse nunca. Incluiría la
intención de amar a uno y otro con todas sus fuerzas. También llamaría el sacrificio al menos en
parte de sus carreras por el bien familiar.
Entonces
si tenemos que preparar la sociedad para Cristo como Juan Bautista ¿qué vamos a
hacer? No vamos a rondar en el desierto predicando
el arrepentimiento, pero tenemos posibilidades.
Los matrimonios pueden vivir su compromiso mutuo como testimonio de su fe
en Jesucristo. Pueden educar a sus hijos
e informar a los asociados del propósito verdadero de la intimidad sexual. No es la gratificación de la persona sino el desarrollo
como personas humanas de los matrimonios y la procreación de hijos. Todos nosotros podemos preocuparnos menos en
nosotros y más en los que están luchando para sobrevivir.
En la
primera lectura el profeta Baruc dice a la gente que el tiempo de la
lamentación ha terminado. Ya no tienen
que andar cabizbajos en vestidos de luto.
Interesantemente no dice que se pongan de ropa de lujo sino de la
justicia de Dios. Además especifica que la gente dé la gloria de Dios por criar
a hijos preparados a caminar en paz con personas de otras partes. La visión de Baruc se ha amplificado por
Jesucristo, la sabiduría de Dios. Ahora
nosotros, sus seguidores, queremos no sólo la solidaridad entre personas sino también
entre los pueblos. Queremos que nuestros
hijos anden en paz no sólo con sus compañeros de la misma raza o religión. Más bien les educamos para que traten a todos
con la justicia. Vamos a realizar todo esto
cuando regrese Jesucristo. No obstante,
es de nosotros a preparar su camino.
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