LA
SAGRADA FAMILIA
(Samuel
1:20-22.24-28; I Juan 3:1-2.21-24; Lucas 2:41-52)
Una vez
el papa San Pablo VI visitó la Tierra Santa.
En Nazaret hizo una reflexión sobre la crianza de Jesús. Dijo que Nazaret es como una escuela donde
aprendemos cómo imitar a Jesús. Se puede
decir la misma cosa de las lecturas de la misa hoy. Constituyen un aprendizaje sobre la Sagrada
Familia para que la imitemos.
Se puede
distinguir cuatro lecciones del evangelio que son iluminadas con la luz de las
otras lecturas. En primer lugar, el
evangelio hace hincapié en la piedad.
Entonces, señala la sabiduría como la virtud más idónea para una vida digna. También, muestra la propia relación entre los
padres e hijos. Final e importantísimamente,
recalca la necesidad de vernos como hijos de Dios.
Dice el
evangelio que María y José van a Jerusalén cada año para la Pascua. También se vieron en el Templo presentando a
Jesús después de su nacimiento. Como Ana
y Elcaná en la primera lectura, no son gente que recen sólo cuando les conviene. Más bien son piadosos: personas que practican
todos los días del año. Hay un dicho que
describe una tal familia: “La familia que reza juntos se queda juntos”. La oración le sirve como cemento ligando no
sólo a uno con el otro sino también con Dios.
Como dicen los salmos, Dios es como una roca que nos salva de los apuros.
Ambos el
Libro de Proverbios y el Libro de Salmos testimonian al el temor de Dios. Lo
llaman el principio de la sabiduría.
Pero es sólo el principio. Cuando
crecimos en la sabiduría, nos damos cuenta que Dios es más para ser amado que ser
temido. La sabiduría nos instruye también
que la persona humana no es una isla que existe sola. Más bien necesita relaciones fuertes para
crecer en hombre o mujer respetosa. Los
padres juntos proveen el apoyo decisivo.
Sí es posible que una madre o un padre solo proporcionen el cuidado
requerido a sus hijos, pero es muy duro.
Demasiadas veces los hijos criados con sólo un padre o una madre faltan
la mezcla oportuna de cariño y disciplina.
Cuando
María y José encuentran a Jesús en el Templo, le expresan sus
preocupaciones. Pero no le gritan, mucho
menos le echan amenazas. Sólo le reprochan
ligeramente para que sepa tanto su espera por él como su amor para él. Todos los padres deberían notar bien aunque
es cierto que Jesús es un caso aparte.
No hay ninguna indicación que Jesús les ha faltado anteriormente. Y no va a hacerlo de nuevo. Pues San Lucas explicita que Jesús les
obedecerá siempre. Ahora que los niños
se noten bien.
Se dice
que en este pasaje Lucas quiere subrayar cómo Jesús es sobre todo el hijo de
Dios. Por eso dice a María y José: “’¿No
saben que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?’” Podríamos decir lo mismo
nosotros. Como dice la segunda lectura:
“’…no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos’”. Esta verdad debería controlar nuestras
vidas. No existimos sólo para disfrutar los
placeres pasajeros del mundo antes de que muramos. Más bien como hijos de Dios vivimos para
conocer el amor de relaciones honradas y profundas. También esperamos la gloria de la vida eterna
con nuestro Padre Dios.
Estos
días del descanso al final del año sirven en diferentes maneras. Hay tiempo de descansar de la rutina del
trabajo. Hay ocasión de renovar
amistades en las fiestas. Hay momentos
de disfrutar comidas, bebidas, y bailes: cosas pasajeras pero no malas si se
toman con la moderación. Deberíamos
aprovecharnos del tiempo para reflexionar sobre el significado de los misterios
que celebramos. ¿Qué nos enseñan? ¿Cómo nos ayudan ser mejores padres, mejores
hijos, y mejores amigos? Maravillosamente
estos días festivos nos sirven como escuela excelente.
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